Dos meses después de finalizar un máster de Ingeniería Biomèdica encontré trabajo en una de las empresas más innovadoras del sector fármaco genético. El responsable del éxito es Gerard Martí: un hombre con múltiples defectos, pero también con gran capacidad empresarial. Tardó una semana en fijarse en el color de mis ojos, sin embargo, al segundo día me regaló un conjunto de ropa interior que me fue perfecto. 

No me sentí ultrajada por aquel acto; sabía que mi jefe era un empresario brillante, pero también un mujeriego empedernido. A sus cuarenta y siete años se muestra orgulloso de que su empresa esté formada por mujeres jóvenes y equilibradas. Lo que él entiende como equilibrio se divide en tres elementos: cerebro ágil,  pechos firmes y trasero bien contorneado. Bueno, con Mireia Nadal hizo una excepción, ya que tiene un culo enorme y los pechos caídos, pero claro, los dotes de mando de Mireia aseguran el buen funcionamiento de la empresa cuando el jefe se ausenta para realizar uno de sus viajes.

A lo largo de estos siete años me he ganado la confianza de Gerard Martí. Me he convertido en su confidente. Cuando se casó con su tercera esposa se propuso serle fiel. Una auténtica proeza. Aunque él tiene una forma muy particular de entender la fidelidad: considera que acostarse con profesionales nada tiene que ver con el adulterio. Según él,  es como contratar a una terapeuta para liberarse del estrés. Yo siempre he discrepado ante sus explicaciones, pero tampoco quiero darle lecciones de moral.

Hace dos meses, Gerard Martí me propuso un trato. En realidad, lo que él pretendía era aumentarme el sueldo. Es algo que suele hacer cuando está satisfecho con nuestro rendimiento; para mantenernos motivadas y para disuadir posibles ofertas de las empresas de la competencia.

El trato era claro: si yo finalizaba durante aquella semana un programa informático destinado a mejorar la localización de mutaciones somáticas, mi sueldo aumentaría un veinticinco por ciento. Una buena pasta.

Diez minutos más tarde el jefe regresó para sentarse a mi lado. Me habló muy cerca del oído, para proponerme un segundo trato. Supondría un aumento de otro veinticinco por ciento.

– Escucha Marta: es algo muy importante. Debes ayudarme a recuperar un USB que perdí. Me he dado cuenta hace un momento.

– ¿Perdiste un USB? ¡Vaya! ¿Y sabes dónde lo pudiste perder?

– Sí, sólo puede estar en un lugar. Bueno… te lo explico: cerca de la plaza Gironell han abierto un centro de masajes. Estuve ayer por la tarde. Allí hay cinco chinitas muy agradables, pero con las que no puedo comunicarme. Sólo hablan seis palabras en inglés, cuatro en castellano y dos en catalán. Tú estudiaste algo de mandarín ¿no?

– Sí, hace un par de años, pero… ¿cómo es que recurres a centros de masaje low cost? Tu empresa funciona muy bien ¿no?

– Bueno… digamos que tuve una urgencia, y era lo que me quedaba más cerca.

-¡Joder, Gerard! Estàs peor de lo que imaginaba. Y ahora pretendes que yo acuda a ese centro de masajes. ¿Cómo me presento allí?

– ¡Oh, es muy fácil! También realizan servicios para mujeres. Me comentaste que habías tenido alguna relación lèsbica ¿no?

– Ya, pero no de este tipo. A ver, dime: una vez allí, ¿con quién deberé hablar?

– Pues con la chica que me atendió. Se llama Li-Yin, o Yin-Li, o… Yao-Li. Algo así.

– ¡Joder! No me ayudas mucho. ¿Es la más alta, la más bajita, pelo largo, corto..?

– Bueno, todas son delgaditas, con el pelo largo, estatura muy similar y facciones dulces. Fíjate en los pechos. Tres de ellas son planas como esta mesa, otra los tiene como melocotoncitos, y la chica con la que estuve, los tiene como a mí me gustan. En fin, tú ya sabes.

– Sí, ya. ¿ Y puedo saber qué hay grabado en el USB para que sea tan importante recuperarlo?

– Prometo decírtelo cuando me lo devuelvas.

Aquella misma tarde acudí al centro de masajes. La chica con delantera generosa y facciones dulces se llamaba Jiang-Li.  Me hizo pasar a una salita iluminada con una luz anaranjada, muy tenue. Me invitó a desnudarme y a tumbarme sobre una camilla. Cerré los ojos y me invadió el aroma del incienso y una nube de música tibetana. Sentí como cubría mi piel con aceites esenciales y cremas aromáticas. Se me subió encima y frotó su cuerpo contra mi espalda, muy despacio, con mucha  delicadeza. Luego me di la vuelta y sentí sus pechos sobre los míos. Finalmente, sus manos hicieron el resto. ¡Uau! Menudas manos las de Jiang-Li. ¡Y vaya agilidad la de sus dedos! Cuando terminó, estuvimos hablando un buen rato y conseguí que me entendiera.

Salí de allí flotando, casi dando saltos por la calle. Y lo más importante: con el USB de mi jefe en el bolsillo.

A la mañana siguiente entré en el despacho de Gerard Martí y le mostré el USB. Soltó un aullido de euforia y se me lanzó para abrazarme. Tuve que frenar sus manos antes de que me estrujara el trasero.

– Bueno, supongo que ahora me explicarás el misterio -le dije mientras me apartaba de él.

– ¡Ah, claro! Aquí dentro está la información necesaria para construir un desfibrilador automático implantable. Será de un tamaño más reducido que los actuales. Me ayudó un buen ingeniero, muy amigo mío. Estoy seguro de que será un éxito. Mañana mismo empezaré los trámites para conseguir la patente.

Observé a Gerard y solté un suspiro.

– Te importa dejarme un momento el USB -le dije – ¿Puedo conectarlo en tu ordenador?

– Sí, claro -respondió con el rostro pasmado.

Eché un vistazo a la información que apareció en la pantalla y me giré para darle la mala noticia:

– No hace falta que te molestes en patentarlo, Gerard. Han realizado copias de todos los archivos. Dentro de pocas semanas estarán fabricando tu desfibrilador en China. Ya sabes como funcionan allí las cosas.

Se dejó caer en la butaca y lanzó maldiciones contra el techo.

– ¡Oh, Gerard! Eres un empresario sabio y brillante, pero si el procesador de situaciones lógicas te funcionara con la misma rapidez que los impulsos de tu bragueta, serías insuperable.

– ¡Dios mío! ¿Qué le digo ahora a mi amigo? Él dedicó un montón de horas a este proyecto.

– Dile que ya no te interesa, que has cambiado de planes. Le entregas una cantidad de dinero que le compense las horas invertidas, y ya está. Es cierto que para ser un masaje low cost te habrá costado una fortuna, pero así es la vida.

– ¡Mierda, mierda! -Se golpeó las rodillas con los puños – Hazme un favor Marta: quiero invitarte a cenar esta noche. Necesito salir para desprenderme del disgusto.

– ¿Y no puedes ir con  tu mujer?

– Mi mujer me hablará de política y de problemas sociales, y no me apetece hablar de eso. ¡Necesito hablar de cosas que me diviertan! Podemos cenar en la zona del puerto olímpico. Ahora las noches son estupendas.

– Sólo a cenar -Le advertí alzando el dedo.

– ¡Oh, gracias Marta! Eres mi ángel -Abriendo los brazos – Pero… después de la cena… no tendrás prisa ¿verdad?

– ¡Por favor, Gerard! No quiero ser quien destruya tu tercer matrimonio. Cenaremos tranquilamente y después vendrá mi amiga Sandra a buscarme.

Como era previsible, Gerard Martí habló de la posibilidad de realizar un trío con mi amiga, pero finalmente se olvidó de sus fantasías y se comportó de un modo muy correcto. Se limitó a acariciarme las manos y las rodillas mientras hablaba con entusiasmo. Cuando llegó mi amiga, me despedi de él y le di un par de besos en las mejillas. Se quedó allí sentado, mirándonos como un perrito abandonado, con la negrura del mar a su espalda.

El próximo mes, Sandra y yo viajaremos a Miami. Estaremos allí doce días. Ya es hora de celebrar mi aumento de sueldo.

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