Carlota se había comprado el coche perfecto. El definitivo.

  Ismael, su compañero de trabajo, llegó una mañana con un catálogo que había cogido de algún concesionario.

  —Mira, Carlota, este es «el coche fantástico». Tiene de todo —le dijo—, incluso aparca solo.

Carlota, como su amigo sospechaba, quedó muy interesada y la hora de la comida se la pasó leyendo las maravillas del vehículo.

  —¿No piensas comer?

  —Sí… luego… pero mira: se para en los semáforos, aparca solo, incluso tiene un piloto automá…, hay… —En ese momento sonó una musiquilla que provenía de dentro de su bolso y ella interrumpió de golpe la conversación—. Alguien me dice algo por whatsapp. —Soltó una carcajada—. Es Toni, del grupo del colegio. No, no es para mí, creo que es para Mercedes, siempre están de broma. Pues, como te iba diciendo, incluso tiene piloto automático. ¿Te figuras? Los viajes no te cansarán nada. Y el teléfono lo lleva incorporado, con manos libres. Él te lee los whatsapp y tú contestas con tu voz.  Después se encarga de transcribirlo. El coche, el coche es quien lo transcribe —insistió—.  Es como si tuvieras un secretario. Genial, verdaderamente genial.

  La voz de Carlota sonaba alterada, las palabras se le quedaban atascadas, dificultando, incluso, su comprensión.

  Esa misma tarde, cuando salió de trabajar, le pidió a Ismael que la acompañara y fue a comprobar por ella misma las maravillas de aquel coche tecnológicamente perfecto.

  —¿Prefiere el modelo básico o el modelo amigo?

  —¿Cómo?

  —Sí, por lo visto usted ha leído el catálogo del modelo básico. Pero el modelo de lujo trae incorporado un sistema por el que el coche se puede comunicar con el conductor.

  —¿GPS?

  —No, no, qué va… Usted le puede contar cualquier tipo de problema que él lo analiza y le ayuda a resolverlo de la mejor manera posible.

  —Bueno, bueno —exclamó con la voz notablemente emocionada—. Eso es lo que yo quiero, claro que sí.

  —El coche se convertirá en su mejor y más leal amigo. Pero claro, cuesta algo más.

  —No importa, no importa, ese es el que quiero.

  —¿Prefiere que sea masculino o femenino?

  —No sé… ¿Qué me aconseja?

  —Piense, si prefiere tener un amigo o una amiga.

  —Creo que una amiga, sí, una amiga. Pero si va a tardar, que sea masculino, un amigo también valdrá.

  —Creo que es una decisión inteligente —le dijo el vendedor.

  —¿De qué color le gustaría?

  —Me da igual. El primero que pueda conseguir.

  —Pues muy bien, señorita. Le doy mi enhorabuena, en aproximadamente quince días tendrá en sus manos el mejor coche que se ha fabricado.

  Desde ese momento y hasta el día de la entrega, Carlota  no vivió para otra cosa que no fuera para imaginarse sentada en su coche, mandando whatsapp, contestando facebook y oyendo la mejor música. Y además se convertiría en su mejor amigo, o amiga. Cómo disfrutaría…

Ella había nacido para eso: para consumir tecnología. Hace unos meses adquirió por Internet un reloj que la hora no la daba con mucha precisión, pero podía hablar por teléfono, escuchar música y enterarse de las últimas noticias nacionales e internacionales. También hacía unas magníficas fotos que con solo accionar un botón  las teñía de color sepia, que le otorgaba aspecto de otra época. Aunque a esa particularidad  nunca le dio utilidad, pero  le entusiasmaba la idea de que, si algún día  quería, la podría utilizar.

  Por fin llegó el esperado día. Una llamada de teléfono a primera hora de la mañana la llenó de felicidad. El coche ya estaba en el concesionario.

  —Se puede poner la señorita Carlota.

  —Sí, soy yo. ¿Quién es?

  —Hola, le llamo del concesionario. Mañana, a partir de las diez, puede pasar a recoger el coche. ¡Es femenino!

  —Qué contrariedad… No podré ir a recogerlo. ¿Pero no pueden enviarla sola?

  —No, señorita. Por ley, no puede circular sola. Siempre deber haber alguien al volante. Es la ley de este país.

  —Ya… entiendo. ¿Y no me la pueden traer? Es que, como ya le dije, me es imposible.

  —No es la costumbre, pero me imagino que, si no puede venir, haríamos una excepción.

  —Gracias, no sabe el favor que me hace. Le quedaré muy agradecida.

  A la hora convenida, Carlota esperaba en la puerta del garaje que alquiló unas horas después de firmar el pedido de la máquina inteligente. Más que un garaje parecía un salón. En el suelo, mandó colocar parquet y de las paredes recién pintadas colgaban pantallas en las que continuamente se proyectaban obras de pintores conocidos.

  —Aparque aquí, con cuidado.

Durante el mes siguiente, Carlota  se ausentó del mundo. Nadie la volvió a ver, pasaba los días montada en su nuevo coche, al que ella bautizó como Úrsula porque era femenino.

  —Úrsula, vamos a la playa de «el pescador» —le dijo una mañana—,  hoy hace un día estupendo y lo quiero disfrutar a tope.

  —Hoy te toca conducir a ti —le contestó la máquina con una voz que sonaba algo metálica—, ese era el trato.

  —No seas imbécil,  llévame.

  —No, no me moveré de aquí.

  —Eres mía, recuérdalo. Yo te compré.

  —¿No éramos amigas?

  —Siempre que hagas lo que yo te ordeno. Tú eres un simple coche. Yo pienso, tú obedeces. Ese es mi trato.

La máquina se puso en marcha, haciendo gala de una brusquedad que sorprendió a Carlota. Y de la misma forma, después de un rato callejeando, se aparcó.

  —Ya hemos llegado.

  —¿Qué sitio es éste?

  —Mira a tu izquierda y lee el letrero que está sobre el dintel de la puerta.

  «Auto escuela Chip».  Se leía en el letrero en cuestión.

  —El primer día que salimos a la calle me pediste que hiciéramos ver que eras tú la que conducía, saltándome la ley. Eso podría haberme llevado al desguace, lo sabes bien.  Pero te veía tan ilusionada que acepté. Me prometiste que en  una semana como mucho irías a la autoescuela, harías las prácticas y aprobarías el carnet de conducir. De eso ya hace un mes y todavía no te has dignado a cumplir tu promesa.

  En ese  momento se abrió la puerta del conductor, el sillín se giró hacia la acera inclinándose hacia delante y Carlota dio con sus huesos en el suelo.

  —Pero… ¿qué haces?  ¡Ven aquí!

  —¡Ya me llamarás cuando tengas carnet de conducir! —le gritó la máquina mientras se alejaba a toda velocidad.

 

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