Todos corrían. Las calles eran angostas se apretujaban se tropezaban unos contra otros cayendo al piso siendo alcanzados por sus perseguidores quiénes los tomaban presos. Los que lograban huir tiraban sus celulares hacia el río hundiéndose en las profundidades de sus aguas medio aceitosas producto de tanta contaminación. Pero siempre uno de esos caprichos terrenales le dio otro destino a uno de esos celulares que terminó cayendo en los basurales acumulados en la ladera del río. Segundos más tarde después de aquél incidente llegó Akino como todas la tardes a la ladera del río para buscar entre los cerros de basura fierros viejos o lo que sea que pueda ser comercializado. Al cabo de un rato de infructuosa búsqueda un extraño brillo entre los desechos llamó su atención. De inmediato se acercó y apenas vio lo que era quiso echar a correr lo más lejos que pueda de él. Pero no pudo. Miró hacia todos lados para percatarse de que nadie lo vaya a estar observando, temblaba. Miró una vez más a todo lado y a toda prisa lo recogió yéndose del pestilente botadero. Caminó sin mirar a nadie pero observando todo hasta llegar a su casa. Entró y se fue directo al baño le echó llave y recién su cuerpo paró de temblar sacó el celular lo miró al detalle estaba en perfectas condiciones salvo por algunas manchas del basural. Akino sabía que su vida estaba en riesgo si lo encontraban con aquél celular. Las políticas teocráticas de su país prohibían todo contacto con tecnologías modernas y el uso de cualquier artefacto que los conecte con la información y con el mundo exterior. Intranquilo pensaba qué podía hacer con él. Hasta que se acordó de Telcala un traficante del mercado negro a quién una que otra vez le vendió baratijas de poca monta que encontraba en los basurales que recorría. Pero esto era diferente. Se dijo. Al filo de la medianoche salió en busca de Telcala y para no ser visto por nadie tomó la ruta de los arenales. Pues sabía que a esa hora el viento levantaba huracanes de arena que literalmente golpeaban con fuerza a quién camine por ahí que ni los policías se atrevían a entrar. Dos horas más tarde maltrecho y casi sin poder ver por los restos de arena en los ojos llegó a la guarida de Telcala. Se asomó a la puerta y oyó una conversación que a ratos se convertía en discusión. Era la voz de un hombre que imploraba y en otra exigía un precio más justo por un celular para poder comunicarse con su hijo, Telcala le refutaba que la policía vendía caro los celulares que decomisaban aparte de la coima por dejarlo traficar. Mientras los oía Akino se dio cuenta de que se trataba de un hombre con dinero pero también de que el estado sólo tenía cortado el sistema que permitía la conectividad la información y la comunicación en los zonas más pobres del país. Hipócritas malnacidos… Murmuró. Al salir el hombre, Akino lo siguió unos metros lo cogío del cuello con fuerza hasta hacerlo caer al piso. De pronto el miedo desapareció en él. Antes de que el agredido se reponga o diga algo, Akino, le mostró el celular. Cuánto? le preguntó el caído. Muéstrame le contestó sin dejarlo levantarse. El sacó unos billetes era más de lo que Akino había vendido en todo el tiempo que llevaba recogiendo fierros viejos y oxidados y baratijas malolientes que recorría a diario. Le arrancó los billetes y le tiró el celular alejándose ahora sí del artefacto sin temblar. De hecho pensó en parar en uno de esos burdeles clandestinos a tomarse unos tragos.
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