Me llamo Steven ZX y no tengo corazón.

  O eso es lo que me han dicho desde que nací, hace diez años.

  Diez años… El tiempo que llevo viviendo junto a la mujer a la que amo, si es que puedo amar en los términos en los que lo haría un humano.

  Aún recuerdo como si fuera ayer el momento en que me quitó la envoltura de encima, aquel plástico de burbujitas, mi placenta. Cuando abrí los ojos por primera vez, allí estaba ella, observándome con expresión alegre y emoción contenida. Realmente se alegraba de recibirme en el mundo —en su mundo—, y yo me alegré de que fuera ella quien me recibiera y curvé las comisuras de mis labios en una sonrisa. Ella era la primera persona a la que veía, pero también la más hermosa que vería jamás…

  Desde entonces, ese día celebramos mi cumpleaños porque ese día nací, aunque mi nacimiento, ya lo sé, fue muy diferente al de cualquier humano. Sin entrar en detalles puramente biológicos, yo nací con veinticinco años. Así fue modelado mi cuerpo y también mi mente, en la que previamente se había insertado toda la información que un chico de esa edad debería saber en el siglo XXI. Además, me habían instalado un programa con nociones de arquitectura y muchos recuerdos de haber estado en la universidad. Así podría trabajar y ganarme la vida. Así podría compartir anécdotas con ella…

  Con Rosa.

  Porque así se llama. Y sus padres no podían haber escogido un nombre mejor para ella. Es delicada, suave y huele muy bien. Es una flor. Mi flor.

  Mi nombre en cambio, es otra cosa. Mi nombre es el que venía de fábrica, el que rezaba en la caja. Yo era Steven, el modelo ZX. Ella no quiso cambiármelo. Pero no voy a quejarme; tuve suerte. Soy de una edición limitada y no hay muchos más Stevens ZX por ahí… No sabéis la cantidad de Jacks TK que se puede encontrar uno en la vida.

  Los primeros momentos de mi relación con Rosa no fueron fáciles. ¿Pero en qué relación lo son? Recuerdo aquellas primeras veces que salíamos a pasear… Ella me daba la mano como si me conociera de toda la vida y yo estrechaba la suya como si sólo hubiera nacido para eso. Pero entonces algunos vecinos se nos quedaban mirando y murmuraban cosas desagradables; que Rosa estaba loca, que debería buscarse a un hombre de verdad, que necesitaba ir al psicólogo… Ella trataba de disimular, de hacer como que no los había oído. Los saludaba alegremente y sonreía, pero yo de alguna forma sabía cuánto le dolía aquello… Y de alguna forma sentía que era por mi culpa.

  Yo era tan… perfecto.

  Miraba mi reflejo en cualquier ventana y veía siempre lo mismo: un cuerpo atlético, unos ojos penetrantes, un cabello maestralmente peinado… Se notaba a leguas que yo no era un hombre. Los ciborgs éramos así. Y tenía su lógica. Nadie compraría a un tipo gordo, feo, con ojos caídos y dientes torcidos. Ni tan si quiera a un tipo con demasiados lunares en la cara. A la hora de elegir, los humanos escogían lo mejor. Ninguno de ellos iría a un supermercado y se llevaría una manzana podrida o arrugada pudiéndose llevar una sana y brillante….

  ¿Qué Esmeralda preferiría al deforme y sordo Quasimodo pudiendo tener al apuesto capitán Febo?

  No, yo también lo comprendí; no tenía sentido hacer ciborgs imperfectos.

  Y mi perfección no me importaba, pues era mi naturaleza. Pero si esa perfección hacía sufrir a Rosa, entonces era otra cosa… Yo quería hacerla feliz. Y no alcanzaba a entender por qué todos aquellos vecinos retrógrados le hacían la vida imposible. Hacía ya varios años que los ciborgs se habían integrado en la sociedad y era habitual toparse con parejas mixtas de humanos y ciborgs, al menos en ciudades grandes. Pero claro, en pueblos pequeños como el de Rosa, algo así no se podía entender.

  Yo era una máquina. Soy una máquina. No tengo corazón.

  Y sin embargo, la amo tanto que casi noto un latido constante en el lado izquierdo de mi pecho. Un latido que se acelera cuando hacemos el amor, cuando la beso bajo la lluvia, cuando nos acurrucamos bajo una manta en el sofá y ella me susurra algo al oído… Un latido que no se detendrá jamás hasta el día en que muera, si es que puedo morir de alguna forma.

  Mi piel tiene en parte tejido biológico, poros, células. Puedo sentir sus labios sobre los míos, su aliento sobre mi pecho. Tengo frío. Tengo calor. Tengo mis propios pensamientos. ¿Acaso soy tan distinto de un hombre? También tengo miedos como ellos…

  Tengo miedo de que Rosa deje de quererme, de que se aburra de mí y quiera cambiarme por otro. Por un modelo más nuevo, más exclusivo, más atractivo… O de algo peor, de que me cambie por un humano… porque con ellos simplemente no puedo competir. Pero me gusta pensar que ella también tiene temores con respecto a mí. Que me ama tanto como yo a ella y que teme envejecer y no gustarme; que teme llenarse la cara de arrugas mientras la mía permanece inalterable.

  Yo, al igual que los humanos, poco puedo hacer por mitigar mis miedos, más que amanecer todos los días a su lado y regalarle lo mejor de mí mientras pueda. No sé si fui programado para amar a la primera mujer que viese, como los patitos que siguen a su madre pato al nacer, o si este sentimiento es entera y totalmente cosa mía, parte de mi libre albedrío. Pero me da igual; eso en nada cambia cómo me siento con respecto a ella.

  Adoro la arquitectura del mismo modo que adoro otras cosas que no me fueron implantadas. He desarrollado una pasión sin límites hacia la literatura y en una ocasión incluso llegué a producir lágrimas leyendo una descripción de Víctor Hugo sobre la imponente y gótica catedral de Notre Dame; el tañido de sus campanas al amanecer, la luz filtrándose por el rosetón central cual ojo que todo lo ve, el amanecer en París…

  A veces yo también escribo mis propias composiciones y hasta tengo un diario personal; este maldito diario al que he querido destruir en innumerables ocasiones, pues siempre que lo releo recuerdo cuánto he sufrido. ¿O es que alguien escribe en su diario cuando está feliz?

  Tal vez yo sea alguien…

  Tal vez yo sí tenga corazón después de todo.

  ¿Acaso los hombres no poseen habilidades innatas; características y sentimientos que no saben quién puso ahí, en su mente, en su corazón? Ellos lo llaman Dios. Yo lo llamo Programador. No somos tan distintos.

  Yo sólo sé que seguiré amando a mi esposa hasta que ella no me quiera a su lado, hasta que me desconecte; o hasta que yo me estropee, o me muera… e incluso más allá, si es que logro forjarme algún tipo de alma que merezca un más allá…

  Yo sólo sé que mis dedos son dedos aunque debajo de la piel haya huesos de metal; que mis ojos son ojos aunque sus nervios sean de cable… Lo son porque ella los ve así; lo son porque yo también puedo sostener en alto una rosa y admirar su belleza…

  Steven ZX

  Steven.

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