Madrid, enero de 2020
Hola,
llevo unos días pensando en escribirte pero no se tu dirección, ha pasado mucho tiempo y ya no sé dónde paras. Hoy he visto unas fotos viejas y me he acordado de cuando quedábamos en el parque para tomar cervezas y tocar la guitarra.
Quizás salíamos a la escalera de incendios de la oficina a fumar; puede que compartiéramos pupitre en el colegio y nos riéramos a escondidas del tarugo de Don Daniel; o que yo fuera a tu casa a jugar con tu Scalextric y tú vinieras a la mía para ver a mi hermana.
Hacíamos autoestop en verano, dormíamos en estaciones de tren vacías y desayunábamos bocadillos de tortilla.
Recuerdo tu cara con la lengua fuera en clase de taquimeca, riéndote en los coches de choque, saliendo del metro en la estación de Atocha.
No sé si guardas alguno de esos momentos en el bolsillo de una chaqueta vieja olvidada en el armario o en una foto descolorida entre las páginas de un libro de tapas gastadas.
Cuando recuerdo aquellos ratos una ventana se me abre por dentro y los rayos de un sol amarillo humedecen mis ojos,
nos llamamos un día,
Juanito
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