Creer que esperas esta misiva es sólo jugar a abrir una herida abierta, es apagar la colilla del último cigarro me queda en la palma de mi mano y esperar de ello una caricia, es querer borrar una cicatriz con una navaja oxidada.
He empinado un centenar de copas en tu honor, más de las que mi hígado cansado aguanta. Algunas ligeras, humectando mi garganta, otras corrosivas, invitándome a regar mis intestinos por el piso. Impensadas danzas al son de un blues bajo farolas oscilantes. Muchas noches bajo las estrellas de la noche madrileña.
Te he deseado en la distancia, recordando el maravilloso hastío de tanto cojer. A menudo me veo observando muchos rostros, culos y tetas mientras me pierdoen el nuevo párrafo del duodécimo libro que termino desde nuestro final.
Palidezco escudriñando cabellos, deleitándome de aromas a mujer, chorizo, patatas y cerveza. Pernocto refugiándome en una guarida compartida con otros dos fulanos.
He consumado dichas, recibido golpes críticos, ahogado sonrisas contritas en un ir y venir casi camaleónico.
Sin embargo, la vida sigue, algunos nos quedamos adosados a los designios de un adiós del todo jodido.
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