Señor Alcántara

Si recibió esta postal, es porque no fui a trabajar para entregar la correspondencia. En ese caso, naturalmente, la hubiese eliminado.

Durante quince años llevé mensajes, golpeando puertas, anunciando la llegada de miles de palabras, acaso amorosas, verdaderas, infames, emotivas, melancólicas, risueñas, apasionadas, déspotas o simplemente informativas.

Cargué con orgullo cientos de cartas, telegramas, oficios judiciales o postales que iban desahogándose artesanalmente, una a una, adelgazando la alforja en cada paso dado y timbre recorrido. Envíos materiales, que tienen un tiempo real en arribar al destino, donde el valor varía por la distancia, peso o cantidad de palabras. Aquí no hay “send” que valga. Lo virtual es un eufemismo.

Hoy otro ocupa mi lugar, usted le ordenará a Ramírez que haga mi recorrido. Se preguntará ¿por qué falté al trabajo y llegó a su hogar mi epístola?

Enfrentaré a mi esposo, sufrí y oculté por años brutales golpizas y violaciones, una violencia insoportable. Locura extrema y callada.

Lo más horrendo, es que no siento remordimiento por el doble asesinato que voy a cometer. Necesito redimirme, aunque confieso, no puedo abandonarlo y partiré con él.

Aquí encontrarán nuestros cuerpos. ¡Cartero! Ahora, soy yo la noticia. Hasta siempre.

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