He descubierto que la felicidad puede compararse con el líquido contenido en una botella negra: sabemos que está ahí, pero no podemos verla con claridad.

Tomarla, implica una responsabilidad, porque te convierte en fuego, demoledor, arrasadar con todo a tu paso, pero que acuna la calidez de un alma que trae en sí un huracán de recuerdos, sentimientos de amor, pasión con un poco de locura y tristeza; y viento, soplo sin rumbo que nos lleva a remotos momentos, donde la libertad prima en supremacía sobre todo aquello que es cotidiano, regalándonos un sabor a sorpresa, sin ataduras.

Por eso, seré ambas cosas, viento y fuego, tomando del líquido escandalizante de la vida, que nos conduce a ser nosotros mismos, llegando a la simplicidad de la existencia: la felicidad no es camino, ella es cada momento, en que decides ser libre, cálido, amor, pasión, tormenta de ideas y, por que no, de a ratos, tristeza, dolor frustración y miedos, pero sobre todo, ser fiel a ti mismo, amándote un poco más.

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