Desde pequeño crecí amando el invierno, el chocolate, las cobijas, los libros y la compañía que le daba sentido a esa estación, era reconfortante ver como los ventanales se empañaban y como trataba con los dedos de secarla para que la lluvia se viese un poco mas a través de ella.

Alaska era mi destino pero nunca porque así lo quisiese, sin no porque ella me lo inculcó de esa manera, ella con su amor por las auroras boreales y por su idea de que al verlas podría hacerla sentir menos triste.

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