En Trieste las ranas morían al atravesar una carretera.

Cierto día el alcalde expuso una propuesta: hacer un túnel por debajo del asfalto. Los regidores aprobaron la moción. Un mes después hubo gran alboroto por el corte de listón: prensa y curiosos atestiguaron el paso lento de las ranas.

Pero una mañana a un hombre se le hizo fácil cortar camino por el ranatúnel. No quería perder el bono de puntualidad en su trabajo.

Poco a poco, los habitantes de Trieste se convirtieron en sapos y renacuajos.

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