No necesité de un avión, barco o tren para llegar hasta ti y abrazarte. Solo tuve que recostarme en la cama, tomar tu foto de cuando conmigo estudiabas y visualizar aquel largo camino hasta tu ciudad, un viaje largo lleno de situaciones inesperadas.

Conocí una amiga con la que pude charlar durante tantas noches de desvelos, con quien hablé de aquellos momentos en lo que el cielo se veía tan diferente desde las montañas por donde la brisa helada hacía uso de su magia.

Esa amiga se llama «Soledad»

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