Todo viaje inicia en el momento en que uno se decide a emprenderlo, salvo tres. El del nacimiento y el de la muerte, cuyo itinerario y fechas no dependen de nosotros, y el de los sueños, que nos lleva a lugares que quizás ya hayamos visitado en la realidad, o en otros desvaríos caprichosos de la mente cuando duerme. En aquellos, los boletos nos tocan al azar. Viajar es estar vivo. Sea que nuestro destino esté a kilómetros de distancia, o que nos internemos en nosotros mismos. Comienza a caminar.

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