Una mañana de invierno en la ciudad de Lima, todavía con la lagaña entre sus ojos, los primeros rayos vespertinos en agonía, fácilmente podía esconderse como un ladrón en el transcurrir de las horas, no existía un clima exacto, podía variar el tiempo; A sus quince años a puertas de los dieciseis, al bajar al comedor se hizo presente el juguito de papaya, tres panes con un nutrido y combinado de jamón, mermelada y queso de lo mejor de la región, un viaje prematuro estaría por comenzar.

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