Existe un valle donde el tiempo se despereza y sus señales graban las rocas como una caracola antediluviana. Allí Anuek derramó sus lágrimas conmovida por las plegarias de un pueblo extenuado de sed y de éxodo. En la ciudad de las piedras el amor se revela como el agua de un venero donde duerme la fuente: el lecho de Myriam, la profetisa que descansa a medio camino entre la tierra prometida y la tumba de los reyes de la tierra.

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