Recuerdo colores vívidos, naranjas y rojos, en los que se colaba algún que otro verde, alzándose, como postes de humanidad en una tierra vasta y terrosa. Recuerdo el paisaje desértico, mientras tus manos sujetaban nuestro rumbo y mi piel se fundía en poliéster azul. Me despierto, estiro la manta y me cubro los ojos. Los cierro para intentar volver allí. A la carretera hacia el infinito, a los kilómetros no recorridos donde las horas se removían entre el calor árido y el asfalto gris y áspero.

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