Parece que aquella hucha nunca iba a llenarse. Por cada diez monedas que metía, tocaba rescatar un puñado de vez en cuando. Que si reparar la caldera, zapatos nuevos, un mes difícil… pero sabía que algún día iría a conocer a mi abuela hasta su aldea mejicana.

Hace cuarenta años que mi madre vino a España y la economía no nos permitió vernos jamás. Intercambiamos cartas y fotografías cada mes, pero siempre he soñado con sus abrazos, con su olor, con su sonrisa, con escuchar cómo será su voz…

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