Allí estaba, Kuyén, con la mirada perdida en el horizonte que estaba detrás de todo el monte de caldén -del mamüll mapu-. Sus ojos estaban impregnados de dolor, haciendo que en su rostro indígena se marcaran con más fuerza, los rasgos rankulche.

Acarició el viento las lágrimas que caían, como si quisiera retrasar el andar de Ayelén, en su camino al encuentro de los ancestros, mientras elevaba sus brazos pidiendo a Vuta Chao -Gran Padre, Dios- que indicara el camino a esa hija que nunca olvidará.

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