Se fue al mar. Defoe lo había convencido. El mar sería ideal para su romanticismo desastroso. Zarpó creyendo que la realidad era como las novelas. Al naufragar en Juan Fernández, las islas descritas por Defoe, descubrió que poseía el espíritu, pero no la actitud. Sobre todo aquella noche de hambre y frío que, sin otra herramienta que un cuchillo, no supo hacerle frente a un lobo marino que hubiera sido su cena. Entonces comprendió porqué Julio Verne nunca salió de su departamento en París.
OPINIONES Y COMENTARIOS