Me dirigía rumbo a Capital. Por fin conocería a Oriana. Me recibió en la estación y nos abrazamos como si nos hubiéramos amado toda la vida. Parecía que nuestro hilo rojo ya no estaba tenso. Nos dirigimos hasta su casa, directamente hasta su cama. Nuestras pieles se erizaban y mi corazón latía a punto de estallar. Al fin pude palpar sus labios. Un ruido ensordecedor interrumpió nuestro momento: era la alarma. Abrí mis ojos. La busqué desesperado en mi cama y no estaba. ¿La vería solo en sueños?
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