La multitud aullaba en el Ponte Vecchio mientras tú sonreías frente a aquel escaparate.

En ese instante, impelido por la irracionalidad, hui del lugar y dirigí mis pasos hacia la Piazza della Signoria.

Y, extasiado, detuve mi futuro devenir frente a la estatua de Perseo con Medusa.

La serenidad contenida del semidiós provocó que el recuerdo de tu reflejo sobre el cristal generara la eclosión de un mito personal y único, mito en el que tu mirada te mutaba en efigie para mí, en piedra olvidada.

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