La noche estaba oscura, noche de ciudad, fría. Apoyada en la ventana, mi mente andaba ya lejos. Y es que ella sí podía. Hacer el viaje. Ese viaje constreñido durante años por mi rutina; la misma que avivaba mi deseo por realizarlo, daba cada día una vuelta más de tuerca a su ya férrea sujeción, dejándolo por imposible. Pero no porque fuera irrealizable. No… Algún día, el menos pensado… Llenaría el depósito, arrancaría y dejaría que mi irrefrenable ansiedad de libertad decidiera mi destino.

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