Ya estuve aquí. En 1949, veinte años antes de nacer. No quise ver el Empire State, y a la libertad la saludé de lejos. En un yellow cab con aroma a tabaco y curry, con traje de tres botones y sombrero, mi destino era Birdland. La atracción turística de una noche film noir, tipo Hammer o Marlowe, con voz ronca en off, era Charlie Parker. No hubo Brooklyn Bridge ni Times Square, ni el Manhattan de Woody, solo el saxo de un negro encorvado y yo. Moriré en New York, en una tarde jazzosa de abril.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS