La cama parecía tener una especial fuerza de gravedad esa mañana, o quizá fuera que había engordado esa noche, o que mi pijama, más que de algodón, era de algún tipo de metal pesado. El caso es que me sentía tan cansada que apenas podía moverme. El despertador empezaba a molestarme, así que me levanté. Me miré al espejo, casi no podía abrir los ojos, esos ojos pequeños que se escondían tras unas gafas rosas. A veces los miraba, preguntándome dónde guardarían toda esa belleza que habían visto.
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