Andaba solo por algún camino. Ni su Dios le respondía y en cada paso más le pesaba su destino.

La vieja idea de quitarse la vida reapareció en su cabeza.
Nadie notaba su presencia.
Al llegar al borde del precipicio, gritó:
—¡¡¡Dios!!! ¿Por qué me abandonaste?
Y se dejó caer…

—Pero… ¿Por qué no se acaba? ¡¿Por qué no me corté las venas?!
Miró sus manos; la sangre brotaba de las muñecas como un manantial de vida conduciendo a la muerte.
Hace un año no pensó en suicidarse… lo hizo.

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