“Maldita sea, Cali es una ciudad
que espera pero no le abre las puertas
a los desesperados”
Andrés Caicedo
Fue a mediados de los años ochenta cuando conocí a Andrés Caicedo, aquella tarde me acerqué como solía hacerlo con cierta frecuencia a una pequeña venta callejera de libros que por aquel entonces quedaba frente a la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, en la calle 72 con carrera 11 a donde solía ir a ojear los libros que exhibían con el fin de buscar algo que se acomodara a mi presupuesto de estudiante para disfrutar de uno de mis mayores placeres, la lectura. Me gustaba este sitio porque conseguía a bajo costo lo que otros ya habían leído y revendido, así pude adquirir tiempo atrás obras de Poe, Hemingway, Whitman y otros más. Revisando los títulos me encontré con uno que captó mi atención, Destinitos fatales, lo compré con algo de dudas ante el poco conocimiento que tenía del autor, quien era uno de tantos escritores Colombianos que estaban eclipsados por la presencia de Gabriel García Márquez.
Seguí mi camino rumbo a casa, al llegar abrí el libro, empiezo a leer y descubro Infección, monólogo que escribió a los quince años de edad y que me atrapa con frases como “Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando, luego hace una descripción detallada de sus odios y cierra con “Si, odio todo esto, todo eso, todo. Y lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprender a amar. ¿Me entienden? Lo odio, no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada… a nada a nadie ¡sin excepción!”
En cuestión de horas y durante los siguientes días estuve dedicado a devorar el libro, a través del mismo conocí a Cali la ciudad que lo vio nacer, vivir, morir, su “Calicalabozo”. Leí y releí todos los cuentos de la colección, la novela inconclusa “Noche sin fortuna” y las notas finales. Busqué más publicaciones que me permitieran acercarme a Andrés, empecé a través de sus relatos a conocer e imaginar los escenarios que recorrían sus personajes, calles, barrios, cines, colegios, donde habitaron entre otros Danielito Bang el que “nunca fue perfecto por más que en clase no perdiera un segundo de atención”, Solano Patiño recorriendo calles y más calles, “con su destino suspendido en mitad de la noche sin fortuna…”, desfilan también Antígona, Angelita, Miguel Ángel y muchos más con la característica común de ser jovencitos.
Maternidad lo leí de principio a fin casi sin respirar, un cuento intenso en el que se refleja mucho de lo que fue su vida, adolescentes, rumba, drogas, amor, decadencia, suicidios. La historia empieza con la tragedia que se presenta poco antes del inicio de las vacaciones de quinto de bachillerato, seis compañeros de colegio muertos, la rabia que siente el protagonista por las palabras del padre rector lamentando esa serie de muertes sin ningún sentido y su determinación de hacer su afirmación de vida teniendo un hijo, el escoger a Patricia Simón para ser la madre y decir convencido “le haré un hijo a esa mujer”, la descripción del momento de la concepción, el nacimiento y de nuevo la decadencia.
Patricialinda comienza haciendo referencia a un hecho histórico de la violencia Colombiana, el asesinato del líder político Jorge Eliecer Gaitán, “papá Patricio, riquísimo azucarero vallecaucano fue uno de los seis que gestionó y organizó la muerte de Gaitán….”, luego aborda su época de colegio en el San Juan Berchmans, donde transcurre parte de la historia, el día a día con sus compañeros y al final una frase que se quedó en mi memoria, “Si Patricia Linda hubiera sabido que al dejarme me condenó a amanecer todos los días con un cucarrón metido dentro del pecho, apuesto a que no me hubiera dejado. Ni por nada del mundo mano”.
Por eso, años después cuando pude viajar por primera vez a Cali, supe que estaba en un lugar que desde mucho antes conocía, el barrio San Fernando, la Avenida Sexta ese lugar icónico de sus historias que recorrí muchas veces sintiendo la presencia de Andrés a mi lado, entonces me subí en uno de los buses Azul Plateada bajo el sol del medio día recorriendo la ciudad repetidamente, sentí el calor del trópico como ya lo había sentido mientras leía sus cuentos, busqué el almacén Sears que ya no existía para la época en la que recorrí las calles de Cali pero lo pude traer de la imaginación y sentir que estaba ahí donde tiempo atrás había ocupado un gran espacio invadiéndonos con el pomposo estilo de los gringos, los teatros, Bolívar, San Fernando tan importantes para un adicto al cine como lo fue él desde niño, el Dari Frost, una heladería que fue lugar de encuentro de sus personajes y desde donde me dediqué a la fantasía de buscarlos a través de los rostros de los muchachos Caleños, queriendo ver a esos eternos adolescentes que nunca quisieron salir de la juventud, drogos, suicidas, buscando una fiesta más donde matar el aburrimiento intentando encontrar una mirada trascendente, una fiesta con muchachos como él, dispuestos a ser eternamente niños aunque el precio sea morir joven, morir pero dejar obrar para seguir viviendo eternamente joven, una fiesta donde suene mucha salsa la música de Cali, la que es esencial en Que viva la música, su única novela publicada un día antes de suicidarse a los veinticinco años de edad, porque él sabía que vivir más de veinticinco años era una insensatez, una fiesta con Richie Ray y Bobby Cruz, ¡hay fuego en el veintitrés!
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