Infancia olvidada en las calles

Infancia olvidada en las calles

Aún recuerdo cuando era pequeña y esperaba a que sonase el timbre para salir corriendo del colegio. Estaba como desesperada por salir de allí y llegar a casa para merendar lo que mi madre siempre me preparaba, un bocadillo de salchichón, mi favorito. Pero no era eso lo que más me emocionaba, sino el hecho de saber que después de hacer mis deberes correctamente, bajaría a la calle a jugar con mis vecinas.

Siempre jugaba con dos niñas, Eli y María. Pasábamos el rato jugando hasta que nuestras madres nos llamaban porque ya era la hora de la cena. Mi juego favorito era saltar a la cuerda. Éramos tres, las mínimas para poder jugar pero, aún asi, era siempre pura diversión. Otro juego al que jugábamos era al escondite, muy conocido por todos, hacía que se nos pasasen las horas volando. Y el último juego a mencionar es el juego de la charranca.

Por el nombre tal vez no lo reconocéis, pero tal vez con esta imagen sí. Como bien dicen, una imagen expresa más que mil palabras. Con una tiza dibujábamos cada casilla con su número correspondiente. Después cogíamos una piedra y la lanzábamos al aire, esperando que cayese sobre alguna de las baldosas dibujadas. Y así, empezábamos a saltar a la pata coja sobre cada uno de los cuadros hasta llegar al que contenía nuestra piedra. Y estos son los juegos a los que yo jugaba de pequeña en la calle que vivía.

Cuando fui más grande, mi madre me explicó que cuando era ella pequeña también jugaba con sus amigas en la misma calle donde lo hice yo. Ella jugó a la goma, a las chapas, a las canicas,… otros juegos que yo jamás llegué a conocer. Aún así, veía en la mirada de mi madre reflejada la nostalgia por aquellos tiempos mientras me contaba su infancia, no pude evitar sentir que yo de mayor sentiría lo mismo que ella. Le pregunté a mi madre que fue de sus amigas de la calle y me contó que su mejor amiga ahora está casada, tiene dos preciosas niñas y trabaja de abogada; otra, llamada Sandra, actualmente trabaja de peluquera, tiene pareja estable y aunque no tiene hijos, tiene un par de cachorros de pastor alemán a los cuales quiere mucho. Ella también jugaba con dos niñas, igual que yo, parece que la historia se repite. Ha pasado mucho tiempo desde que mi madre dejó de jugar en las calles, sabe de las vidas de las mujeres con las cuales jugó de pequeñas en esa calle, pero ya no se ven, ya no quedan ni para tomar un té o un café. Es como si el tiempo borrase la huella de esa infancia que tanto nos marca, una infancia que queda olvidada en las calles en las que jugamos.

También hace tiempo dejé de jugar en la calle de mi infancia, igual que mi madre. María se mudó a Inglaterra para estudiar interpretación y Eli, se trasladó a Madrid porque conoció al amor de su vida en la capital de nuestro país. Yo estoy felizmente casada con un hombre al que quiero mucho, tengo una hija de cuatro años a la que estoy viendo crecer y otra, que está en camino; tengo un trabajo de ejecutiva estable y, aunque haya perdido a mis padres demasiado pronto, sigo viviendo en la misma casa que vivía mi madre, sigo viviendo en la misma calle donde mi madre y yo pasamos nuestra infancia. Ahora es el turno de mis niñas, el turno de vivir una infancia maravillosa donde ya no se juega tanto en las calles como antes. Pero, me prometí a mi misma no dejar que esos valores se perdieran en mi maravillosa familia.

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