Julieta se mudó a la calle con el nombre más largo de la emblemática Madrid; barrio de calles de corregidores, alcaldes y condes, barrio de la primera horda de españolitos que se han formado en la universidad o han hecho oposiciones.
Vive en un tercero con vistas al Pirulí en un piso de 140 m con una larga terraza de grandes ventanales que dan justo a esa calle tan larga de nombrar y que no entra en ningún formulario ni físico ni online.
Julieta tiene un cuerpo escultural pero que ni ella cree tener; va por la vida con vergüenza de tener esa caparazón que despierta pasiones y obsesiones.
Como casi todo mortal cumple horarios religiosos para poder realizar cada tarea de su ajetreada vida diaria.
Julieta ama la luz y por ende mantiene en otoño, invierno y primavera las persianas de su casa abiertas para que los rayos del rey sol inunden su hogar y su fisonomía.
Día a día a la misma hora llega el ritual de desvestirse; como un cisne despliega sus alas y se va despojando de sus plumas; esbelta y voluptuosa pero delicada crea dibujos en el éter que parecen formar una sugerente danza erótica que inunda de magia su existir.
A continuación se ducha en la intimidad de su bañera; entre vapores calientes, aromas exquisitos, burbujas juguetonas y el refrescante chapoteo del elemento agua siempre fluido que gota a gota circunda todo su territorio: valles, montañas, senderos, laderas, cuevas, menhires, flores y arbustos, fruta fresca y jugosa; todo bañado por las aguas limpiadoras que golosas saborean cada paso de su recorrido dejando huella y creando adicción.
Termina su ritual y comienza otro: se despoja de su mullido albornoz rosa que está impregnado de su fragancia; embadurna su cuerpo de cremas sedosas que van puliendo el mármol de su escultura; bálsamos deliciosos producen una alquimia embriagadora: el elixir de una vida.
Busca nuevas plumas y viste a su cisne desplumado para salir a batallar en la selva que habita por las calles de su ciudad.
Este ritual día tras día es observado por un vecino fisgón.
Desde la quinta planta de un piso que está frente al suyo se instala en una ventana y observa ensimismado paso a paso toda la danza que genera Julieta y que sin ella sospechar deleita a su vecino.
Siempre temeroso de ser descubierto ante la oscuridad de su habitación se asoma como un niño cada día a presenciar como Julieta se despluma y empluma ingenua y juguetona, cantando y danzando ante una mirada anónima que admira la obra de arte que es su cuerpo de mujer.
Pasaban los meses y su curiosidad pedía más detalles; se compró unos binoculares y adaptó sus horarios para poder presenciar en invierno una único ritual y en verano hasta dos por día.
¿Qué mueve a un hombre a espiar a una mujer desconocida? El vecino fisgón en principio saciaba sus calenturas con Julieta y ante tanta belleza real cada día explotaba de felicidad tras observar todo el ritual; se dejaba llevar por su instinto animal y como cualquier macho cabrío expulsaba de si su elixir viscoso que da vida. Observando podía sentir y así motivar sus ansias cada día en crecendo hacia su cisne desconocido y lejano.
Se cumplían dos años desde la primera vez que el vecino descubrió a su vecina y como nada queda sin ser descubierto Julieta lo sorprendió en su descarado espionaje.
Asustada comenzó a bajar las persianas de su ahora cárcel. Los malos pensamientos la agobiaron y sin querer subestimó al fisgón creándose historias enrevesadas en su mente.
Salía de casa siempre mirando hacia atrás por si su espía aparecía y la raptaba. Su vida se convirtió en un sin vivir.
Por su parte el vecino comenzó su viacrucis a la desesperación; cayó en cuenta que su ingenuo juego de espía se transformó en amor y devoción; sufría por no poder intimar con su Julieta, sentía le faltaba esa extraña conexión a distancia creada con su vecina sin ella saberlo.
Pasaron muchos meses hasta que un día no lo soportó más, se armó de osadía y esperó durante horas a que Julieta saliese de su portal; la siguió de lejos hasta que se subió al bus y como un cazador se embarcó en el para llegar al mismo destino, se bajaron ambos en el parque El Retiro; ella sin saber que tenía compañía, él a la espera de poder abordarla. Tras horas de agradables caminatas, interacción con el ambiente, absortos entre la naturaleza y danzando entre la gente ella decidió sentarse bajo un árbol a descansar y meditar. Él vio allí su oportunidad para acercarse sigilosamente; temeroso pero valiente le preguntó si podía acompañarle excusándose en que sintió que su energía era tan fuerte y limpia que le atrajo como una flor a una colibrí; Julieta una romántica empedernida y siempre abierta a conocer gente le dijo que sí y desde ese instante rondas y rondas de diálogos surgieron espontáneamente.
Vieron pasar mujeres, hombres, niños, perros, la tierra seguía su giro y el sol se escondía y ellos allí seguían. Conectaron tan fácilmente, tenían tantas inquietudes comunes, la risa los embargó, lo bucólico los envolvió, todo fluía armónicamente y así fue como germinó. La transparencia y el corazón a flor de piel del fisgón lograron captar la atención de Julieta de principio a fin y ella al darle tan solo una oportunidad logró como por arte de magia comenzar la historia de una amistad nacida del espionaje y con miras a convertirse en una inolvidable historia de amor.
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