La paz, el sosiego y la respiración controlada estaban en la oscuridad, justo ahí donde nadie quiere estar yo sentía la soledad que calmaba mis miedos.
Cuando una luz tenue se dejaba ver tras la puerta de termitas gastada, sentía que algo sin remedio iba a suceder.
Como evitar desde la justa o injusta edad de la infancia actitudes adultas enfermizas y retorcidas que terminaban en un llanto sin consuelo.
Me enfrentaba valiente a defender la pequeña edad de mis hermanos que salían despavoridos al oír al gigante que creía mandar en todo aquello que nos rodeaba.
Sin mediar palabra, sin explicaciones, sin sentido atacaba la fiera a sus presas como animal con saña de selva y 20 de días de hambre.
La protección a mis pequeños indefensos me llevo a sentir una tabla humeda del relente del rocio sobre mi cabeza… shhhhhhhhh después silencio…
Tranquilos estoy bien, todo merecía la pena después de ver que el dolor no alcanzaba a los zapatos del número 26.
Me siento orgullosa, erguida y entera porque a día de hoy brillan los abrazos de los que más quiero y aquella guerra quedo en el olvido.
Se fue Con secuelas, con ardor en mis más de 66 años donde a día de hoy y después de solo mostraros el menor de los fastidiosos e incomprendidos capítulos de la vida que me toco desvivir, la luz asoma en mi habitación y es inevitable el sobresalto.
Me peino las canas, sonrió y convivo con lo que desde aquella puerta de luz me acompaña… el silencio. Ya es Parte de mí, de la destrucción que me dejo el sentido del oír por reconstruir.
No me arrepiento de nada, solo fui una víctima más de las miserias de mi casa.
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