Divagando en el balcón

Divagando en el balcón

Teresa Canals

23/01/2017

Cada noche veo pasar mulas que tiran de carros, que están tan cargados de basura, que hasta resultan cómicos. Claro que, si tengo uno de esos días profundos, en vez de reírme, observo con atención a la mula y empiezo a pensar sobre los derechos de los animales. Tras darle un par de vueltas al asunto, me quedo momentáneamente aliviada cuando llego a la conclusión de que el cochero tampoco vive muy bien. A continuación y por este orden: me entristezco por la mula y por su dueño, me siento culpable por ser capaz de albergar estos pensamientos, reflexiono un poco sobre las diferencias de clase y finalmente, me olvido.

Como ahora me ha dado por cocinar, bajo con bastante frecuencia al puesto de frutas y verduras de la esquina. Estoy segura de que el frutero maldito – es así como le llamamos Jean y yo- alucinaría si supiera la presencia que su persona tiene en nuestras vidas. Pero más que con su persona, nosotros nos deleitamos con su personaje. Es un hombre mayor, bajito y que siempre viste una chilaba marrón muy vieja y un gorro de lana amarillento. Todo lo que tiene de cicatero lo tiene de gracioso y aunque me haga precios de europea atontada, no puedo dejar de comprar allí. Cuando me mira con sus ojitos minúsculos y me dedica su sonrisa que bien podría traducirse en un “¡Bonjour Madamme! Hoy le voy a pegar una timada que va usted a flipar”, me cuesta horrores contener la risa. Sí, de hecho parece ser que me estafa a lo grande. Como soy consciente de mis escasos conocimientos en materia de precios, opté por llamar a mi madre. Estuvimos hablando de números y la noté un poco escandalizada. Me dijo que estoy pagando la fruta a precios del Club del Gourmet de El Corte Inglés. Sigo pensando que exagera un poco.

En mi calle la población gatuna es elevada. En las terrazas de los restaurantes los gatos se enzarzan en refriegas sangrientas para apoderarse del hueso de pollo que un turista atiborrado de cuscús ha decidido lanzarles para ver cómo reaccionan. Son mininos muy duros. Casi todos tienen cicatrices y no es raro ver a alguno al que le falte un ojo o una oreja. En los jardines de las casas abandonadas, las gatas pueden bajar un poco la guardia y cuidar de sus cachorros más tranquilamente gracias a la protección que les ofrecen sus muros. Mis preferidos son los machos solitarios, los verdaderos ninjas de la ciudad roja, que son capaces de cruzar el vecindario saltando de tejado en tejado para batirse con su adversario del momento.

Pero los grandes rivales de Mohamed El Beqal son dos pintores franceses que viven puerta con puerta. Yo soy la novia de uno de ellos y doy fe de que la guerra aún no ha terminado. La tensión es palpable en toda la escalera, y por este motivo, cada vez que entro y salgo de casa sólo deseo no tener que cruzarme con nadie. Quiero ser invisible como los gatos ninja.

Los problemas entre ellos empezaron mucho antes de que yo llegara al edificio. Hace algunos años habían sido amigos y por problemas de convivencia vecinal su relación se había ido desgastando hasta convertirse en un odio manifiesto, al menos por parte de Jean. Hay que ver cómo se enfada éste cuando Bridier pone la música alta. No sólo aporrea la pared y profesa insultos de todo tipo en inglés – ahora me hace gracia, pero cada vez que oigo un fucking cock sucker, me quedo petrificada- sino que en dos ocasiones llegó a tocar a su puerta. El artista tan conocido por sus enormes pinturas en blanco y negro de mujeres africanas como por mostrar su culo desnudo en Facebook cada 31 de diciembre, no abrió.

Nos acaban de decir que a partir de ahora los vecinos tenemos derecho a utilizar el terrado. Un pequeño grupo liderado por Jean ha estado presionando al casero para que podamos montarnos un solárium arriba. Lo cierto es que este edificio tiene un gran número de tanoréxicos por metro cuadrado entre los cuales me incluyo sin ninguna vergüenza . Por una parte me hace mucha ilusión poder tumbarme al sol con un buen libro cuando me dé la gana, pero por otra me inquieta bastante la posibilidad de que Bridier, al volver de alguna de sus noches locas, se ponga a montar jaleo justo encima de nuestra casa. Me apuesto lo que sea a que antes de que llegue la primavera tendremos lío.

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