Hará más de veinte años que me mudé de la calle donde vivía. Cuando hoy pienso en ella lo que me viene a la cabeza no son imágenes ni historias, sino nombres.

Por ejemplo, el de nuestro portero, que tenía un nombre ideal para su profesión. Se llamaba Bienvenido. Aunque dudo que ese fuera el sentimiento que despertara en alguien ajeno al portal. Pero, en todo caso, era mucho mejor que el anterior portero, que se llamaba Paco, y presumía mucho de haber votado a Tejero (había sido Guardia Civil y eso debía marcar mucho en su época).

Para hacerles rabiar, me gustaba borrar las dos primeras letras del cartel de “impidan que los niños viajen solos”, para que quedara como “..pidan que los niños viajen solos” ¡Que risa! También le pintaba tetas al dibujito de la madre yeyé del cartelito que llevaba al niñito de la mano. Pero Bienvenido siempre las borraba. Era muy currante, la verdad. También pintaba cosas metiéndome con Paco, que se encabronaba mucho y pensaba que era cosa del vecino hippie del piso de abajo y se llamaba Yago. De mí nunca sospechó, porque me tenía por un niño bueno, y Paco decía que tenía pinta de que iba a ser Guardia Civil. Si hubiera sabido…

Había un vecino que llamaba Culebras, pero no recuerdo si hacía honor al apellido. Juraría que sí, por algún comentario de mis padres después de alguna reunión de vecinos.

Una amiga de mi madre se llamaba Manena. Siempre pensé que era un apodo, hasta que, bastante mayor, supe que era su nombre de verdad.

Me acuerdo de Camoiras, que me hacía mucha gracia cuando me cruzaba con él en el ascensor tan serio y recordaba las escenas en que salía en la películas. Sobre todo una con Pajares y Esteso dándole collejas en una peli donde le llamaban “el albóndiga”. Me mordía los carrillos por dentro para que no se me notara la risa durante los diez pisos (que largos se me hacían).

No me acuerdo, en cambio, del nombre del cabronazo que un día no me quiso subir en el ascensor porque dijo que no le había dicho buenos días, aunque sí se lo dije, pero tan bajito que no me escuchó. Coleccionaba pegatinas y creo que no tenía televisión, el muy friki. Era el padre del hippie, Claro, con un padre así…

Merodio era el nombre de la firma de un cuadro gigante que había en el portal de un vecino artista. Supongo que donaría su obra con la mejor intención para la decoración del portal, pero la verdad es que era una cosa indefinible de un color marrón caca y nunca logré entender qué quiso decir Merodio al pintar eso. Claro que era arte moderno, por lo que supongo que sería culpa mía, que para esas cosas siempre he sido muy burro.

Cuando instalaron la pasarela que cruzaba la autopista de Valencia, pude descubrir el parque de enfrente, que no sé si tendría nombre oficial, pero al que todo el mundo bautizó como parque de las tetas (nombre muy bien puesto, la verdad, como se puede comprobar en la foto). Y al conocer Vallecas, pues como que valoré algo más mi barrio que, por cierto, se llama Moratalaz.

De mi barrio también son los nombres de personajes ilustres como Elvira Lindo y Alejandro Sanz, aunque al segundo parece que no le gusta mucho recordarlo. No como a Elvira, que lo lleva a mucha honra. Olé por ella.

Recuerdo también los nombres con que se refería mi madre a algunos vecinos: el Troncho (si lo vierais lo entenderíais), el Lila (amanerado dependiente de una tienda que ahora no recuerdo qué vendía), el Lila Vegetal (amanerado dependiente de una herboristería), el Pelotari (del se decía que andaba en pelotas por su casa), el Esponja (porque se bebía hasta el agua de los maceteros). Que gracia tenía mi madre poniendo motes.

Al Esponja le tuve que levantar del suelo alguna vez, cuando volvía del bar Las Cuatro Copas (y alguna más que se debía pimplar, el tío), aunque ganas me daban de dejarlo tirado porque siempre ponía mala cara cuando de pequeño me tenía que subir en el ascensor.

Y como olvidar el nombre de mi amigo Astolfo, que además del nombrecito medía dos metros. Como para pasar desapercibido en la vida.

Pero el nombre al que nunca me conseguí acostumbrar fue al de mi calle: Arroyo Fontarrón. ¿A que idiota se le ocurrió ese nombre para una calle? Lo de arroyo ya era como de poca importancia (Rio Fontarrón hubiera sido otra cosa), y lo debería excluir para dar nombre a nada. Si se hubiera tratado de un barrio de chalets de lujo jamás hubieran llamado así a una calle. La habrían llamado algo más presentable, como Calle Buenavista o Calle Mirador. Pero claro, como era un barrio para trabajadores, pues no debieron pensar mucho lo del callejero. ¿Qué por aquí pasa un hilillo de agua? Pues nombre para una calle. ¿Qué esto es una cañada? Pues nombre para otra calle. ¿Qué por aquí subían los vinateros? Pues nombrecito al canto.

Un chica pijísima con la que salí no quería mandarme postales porque decía que le daba vergüenza poner el nombre de la calle, a la muy gilipollas. Aunque mucho peor era la Calle Diego de Valderrábanos, o Arroyo de las Pilillas, que esos sí que eran nombres de coña. Pero es que ella era del barrio de la Estrella, y esos eran para darles de comer aparte.

De esta, aunque me acuerdo, no pienso decir el nombre. Que se joda.

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