Siempre caminaban los dos juntos, de la mano. Así lo habían hecho durante más de cuarenta años de matrimonio. El suyo era un matrimonio robusto, de los de antes; de los que se sabe que va a perdurar siempre a pesar del paso del tiempo. Y ellos dos eran de los conocidos en el barrio por repetir cada día las mimas rutinas.
Así que cuando se acercaba el mes de Diciembre, empezaban a planificar su habitual compra de décimos de lotería. Por la zona había varios puntos de venta, pero ellos acudían al que más confianza les inspiraba, que era el que estaba situado en la Calle Valladolid Nº 43. Se trataba de una especie de quiosco en el que había un poco de todo; allí solían compra el periódico, alguna revista y si se daba la circunstancia, un capricho para alguno de los hijos o nietos que estuviera en ese momento visitándoles.
Calle Valladolid Nº 43 47400 Medina del Campo – Valladolid
Llegado el día, cada año seguían juntos la misma secuencia de pasos para llegar hasta allí. Las calles de Medina del Campo no habían cambiado mucho en los últimos cincuenta años. Unicamente el asfaltado contaba con unas cuantas grietas más… así que llegaban a la tienda mirando al suelo y sonriendo de forma irónica. Les resultaba inevitable comparar la progresión de esas huellas variables que les observaban con rostro severo con el avance del tiempo en sus propias vidas.
Normalmente era él quien se encargaba de comprar los décimos, y mientras tanto, ella aprovechaba el rato para hacer la compra habitual. Así que se despedían unos metros antes con un tierno beso en la boca; uno podría imaginar que se habrían dado cientos como ese, sin embargo había algo en la delicadeza – e incluso ligera torpeza aparente – de esos besos, que hacía que parecieran los primeros .
Cuando llegaba al quiosco le preguntaban qué tal se encontraba su señora y él respondía con su acostumbrada sonrisa amable. Los conocidos del pueblo, los de siempre, se acercaban para saludarle y charlar con él; y de esta sencilla manera, la familiaridad de la gente y de lo cotidiano apagaban el sentimiento hueco que la vejez había ido instalando en su interior a lo largo de los últimos años.
Compraba un décimo para cada núcleo familiar, lo cual sumaba 4 en total. Un desembolso considerable dada la capacidad económica que le permitía el cobro de su pensión. Después de todo, no tenía mucho más que hacer con el dinero, y si tocaba, les tocaba a todos. Que era lo importante… después lo guardaba en su bolsillo, confiado, y completaba su ritual tomando un vino en el bar de al lado (Bar Manolo) a esperar a que su esposa volviese del mercado y se reuniese con él. La hora de comer se les habría echado encima para entonces…
En cuanto a la lotería… nunca había habido suerte… si alguna vez les había tocado algo, fueron unos pocos euros, nada significativo.
Este año 2016, cuando llegó el mes de Diciembre, no fueron a comprar los décimos de lotería. Las cosas habían cambiado demasiado los meses pasados y ya no quedaban ganas de repetir los mismos pasos ni de realizar el ritual acostumbrado; porque ellos ya no eran los mismos.
Tras casi un año, seguía vistiendo el luto marcado por la antigua costumbre; algo diferente no hubiese sido bien visto por la gente del pueblo y quizá hubiese sido criticada… y, de cualquier modo, ella se sentía mas cómoda de esta manera.
Hay algo en esas profundas costumbres aprendidas en el seno familiar o en el lugar en el que nos educamos, que configuran nuestra forma de valorar las cosas de por vida, haciendo que tengamos irremediables juicios sobre lo que está bien y lo que está mal.
Pero el luto no sólo marcaba una vestimenta. El luto marcaba una forma de pensar y de actuar que influye sobre todo lo que rodea a la persona que lo lleva; es una manera de quedarse quieto en un momento determinado, en un acontecimiento.
Así que nadie fue a comprar los decimos de lotería este año. Muchos de nosotros nos ofrecimos a acompañarla, aunque -como hemos contado- solía encargarse siempre él. Pero no quiso. Así que fueron pasando los días, y nadie se hizo cargo de la tarea; quizá porque ninguno nos sentíamos dueños de ella, o porque simplemente nos causaba una enorme tristeza.
El día 22 de Diciembre de 2016 se celebró, como cada año, el sorteo extraordinario de la lotería de Navidad; la gente estaba mas pendiente del resultado que de otras cosas. Muchas veces, no por el hecho de que esperasen ganar un premio, sino porque aquello se había instaurado en sus vidas como una tradición o ritual. Esperaban a que los niños de San Ildefonso cantasen cada premio y lo comentaban con sus familiares, amigos, compañeros de trabajo …
Y así, cuarto premio… tercero.., segundo premio, Medina del Campo… primer premio…
El rostro atónito de todos nosotros hablaba por sí mismo; después, sólo el sonido de las botellas de champán descorchándose en la tienda de la calle Valladolid Nº 43 de Median del Campo; en el interior de nuestro ser, aquello se convirtió en un sonido lejano, un ruido hueco que hacía que la cosa no fuera con nosotros…
¿Se podría calificar de premio póstumo? ¿Casualidad? ¿Una broma del destino? ¿Tiene importancia acaso?
Lo cierto es que no. Pisábamos esa calle en la que se celebraba la buena suerte y se derrochaba felicidad y aprovechábamos el momento para recordar que ellos dos eran felices sólo con ir a comprar de la mano los números de toda la familia. Recordamos entonces el valor que tienen las pequeñas cosas, y aquellos espacios de nuestra cotidianeidad que nos dan vida, y que se convierten, sin quererlo, en nuestro hogar.
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