Silencio…
La calle estaba en silencio…
No estaba vacía, pero sí en silencio.
Las personas que estaban en las aceras se encontraban separadas las unas de las otras, sin mirarse ni tocarse; como si portearan un muro invisible a su alrededor.
En un breve descanso en su trabajo y con esa excusa, habían salido a fumar un cigarrillo o a estirar las piernas. Pero no a utilizar el verbo.
Sujetaban el pitillo entre sus dedos alardeando de su control cual prestidigitador se tratara y con la habilidad que habían desarrollado, sujetaban el teléfono móvil con las ambas manos; de esta manera, podían leer los mensajes y responderlos o simplemente, iniciar una nueva conversación tecnológica sin palabras habladas, solo escritas o usando iconos mnemotécnicos que sustituyen a las expresiones orales.
Las cabezas agachadas mostrando la cerviz que aparentaban sumisión, no se sabe si a la tecnología o a su propia vida.
Todo ello, contribuía a que la calle estuviera en silencio.
El silencio no se vio alterado, ni por el paso de un vehículo con motor híbrido ni por otro eléctrico que le seguía.
Otro ingrediente más a añadir a la comunidad del silencio.
Nuevas personas fueron invadiendo la calle, mientras que los que ya estaban, solo unos pocos se marcharon; algunos se pusieron al lado de los que llegaban.
Dieron la sensación que se conocían y que iban a iniciar un dialogo hablado… a contar alguna historia, alguna experiencia, pero no… solo silencio.
Parecía que, a pesar de la proximidad física, mantenían una conversación no sonora.
La postura de obediencia debida a la tecnología telefónica, solo era modificada cuando se llevaban el cigarrillo a la boca o elevaban un brazo hacia el cielo y dirigían el objetivo de la cámara a su persona, haciendo una fotografía que, posiblemente, nunca llegaría a estar impresa.
Pondrían el archivo de la imagen en algún foro de una de las redes sociales que frecuentaran habitualmente y junto con sus otros contertulios virtuales, comentar el momento; pero sin contar nada nuevo ni viejo. Una saturación de fotografía que ya nunca se volverían a ver.
Impulsivamente, alguno de los pobladores, se estremecía y comenzaba a hablar en voz alta sin interlocutor aparente, dando vueltas alrededor de los demás y con una verborrea incontrolada, daba la sensación que tenían que escupir, de golpe, toda la palabra contenida durante horas; pero fijándose uno en la continuación del dispositivo, salían de él unos cable que iban hasta las orejas.
Los auriculares, eran unos de esos adminículos, imprescindible, que contribuían al aislamiento y al silencio.
Por un breve espacio de tiempo, el viento atrevido agitó las hojas de los árboles. Pero, rápidamente, se calmaron como avergonzadas de profanar el mutismo reinante.
Pero obviando estos pequeños grupos, las calles no estaban pobladas de personas que alborotasen, gente haciendo corrillos para dialogar y tener conversaciones animadas, transmitir vivencias, conocimientos; tener un dialogo simple, social, sobre cómo ha transcurrido el día o el tiempo que hace…
Ya no hay gritos de algarabía por juegos urbanos.
Ya no hay juegos en las calles.
Ya no hay gente hablando en las aceras.
Ya no hay historias que contar, cuentos que transmitir.
Solo hay silencio en la Calle Silencio.
Calles nuevas de barrios nuevos de Madrid, La Gavia.
OPINIONES Y COMENTARIOS