Tres de la tarde en Córdoba, Argentina. Siesta ferviente. Se acercaba nuestro tercer encuentro. Emilio ingresó al consultorio con pasos eufóricos, sus ojos verdes brillaban, sin sonrisa aparente. Se sentó, con su singular mutismo, como era habitual todos los viernes a la misma hora. Él era mi paciente. Personalidad linfática con carencia de afecto, familia disfuncional, padre con omisión de amor, observaba cada uno de sus pasos pero sin caricia, su madre padecía trastorno bipolar y vivía en las lejanías, una especie de clan millonario, separados, distanciados unos de otros, en algún momento vivieron en la misma casa pero no resultó en hogar, reinaba la pérdida, el abandono, la saciedad afectiva hacia el otro, existía algo en demasía, abundante dinero, la plata depresiva, el lema era, serás merecedor de ella mientras te vigilo y te castigo.
Mi paciente era un rico pobre de vida. En su primera sesión terapéutica le pregunté sobre su motivo de consulta, sin titubear, respondió “sálvame”. Le resultaba incómodo articular ligeramente, contenía y no soltaba, vago intento fallido de poner en palabras sus emociones, de poder manifestar el conflicto latente, lo no resuelto, lo no dicho.
Esa siesta lo inconsciente fue consiente, su cuerpo habló, dejó de callar. Pasados los 20 minutos de sesión, me pidió un vaso de agua, accedí y fui a buscarlo, cuando regresé me interrumpió el paso, me agarró del cuello enérgicamente, con intima violencia, sus ojos seguían brillosos pero de un color extraño, expresaban ira, dolor, angustia, su mirada advertía proyección, me repetía ciertas frases, “te voy a matar si hablas”, “haz lo que yo digo sino no vivirás más”, “vos no viste nada”, “te tienes que olvidar de ésto”,” te voy a desfigurar si alguien se entera”, “vos no sabes de que soy capaz”.
En ese soplo de tiempo paralizada por la situación comprendí lo que estaba sucediendo, y empecé a dirigirme con lo opuesto, es decir, con amor, traspasado unos minutos pude contener la realidad y su emoción se transformó en angustia, lloró de tal forma que tuve que sujetarlo para que no se desvanezca.
Lanzó su vómito léxico, emprendió su relato del pasado. Viajó mentalmente hasta la edad de 6 años, narra precipitadamente que su padre lo llevaba a su trabajo, una siesta entre dibujos que repetía quiso mostrarle uno, lo llamó pero no obtuvo respuesta, caminando por un galpón desolado escucha su voz, abre la puerta y lo vio, el mismo portaba un revólver y acto seguido dispara a tres personas, Emilio gritó, su padre enfurecido se acercó, lo agarró del cuello y le dijo que si hablaba en algún momento de su vida lo mataría y a cambio de su silencio le imponía protección económica, para siempre, lo enterraría si hablaba, lo que no comprendió por su corta edad es que su alma estaría en una cárcel. Se cayó por miedo, me trasladó el poder, dejó de obedecer el mandato familiar.
Sostuvo su silencio durante 26 años, pudo expresarlo por medio de la proyección, del brote menos esperado o más ansiado. Por muchos años fue todo lo que pudo.
Múltiples interrogantes se apoderaron de mí; ¿Hasta dónde llega la ética de un Psicólogo conociendo ésta información? ¿Él pensaba que su intimidad quedaría protegida dentro del encuadre terapéutico?, ¿Causo más daño silenciando que hablando?, ¿En qué lugar está la felicidad?
Mi decisión fue sencilla, no dudé, por eso estaba segura. Denuncié. Soy consciente de que duele más sostener que poder soltar. La felicidad está en la libertad. Libertad de no tener un amo que te vigile, que te atormente, que te aprisione, que te oprima, que te robe tu infancia, que te quite la voz.
La libertad consiste en ser dueños de la propia vida.Yo decido.
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