Los bárbaros ya han entrado en la ciudad. Llegan de las minas, de las fábricas y tabernas con sus caras sucias, embrutecidos y envenenados de rencor. Vienen armados y furiosos, ávidos de sangre y fuego. En pocas horas se abrirán paso hasta la plaza de la catedral, el teatro y la universidad. Querrán arrasar con todo, festejar una bacanal del odio con la que resarcirse de sus miserables vidas de bestias de carga, ajenos a todo lo bello y noble de este mundo. ¡Chusma infame! ¡Yo no les regalaré el placer de destruir lo que he creado a lo largo de toda una vida!
Querrán mearse en mis cuadros y se limpiarán el culo con mis dibujos. Querrán quemar mis cuadernos y beber junto al fuego hasta vomitarse encima y caer desmayados. Mis obras, que jamás serán capaces de entender, no suponen para los mineros más que una oportunidad para el sacrilegio. “¡Hemos destruido los cuadros del pintor fascista Alejandro Cavaniles!”, se congratularán en su infinita grosería, con sus voces raspadas y su brutalidad milenaria. ¡Ah! ¡Cómo me asquea solo imaginarme que pondrán sus manazas grasientas sobre el pomo de mi puerta! ¡Saber que pisarán esta moqueta y en este salón harán sus bromas zafias y se ensañarán con las cruces y las estatuillas de vírgenes y santos!
Yo mismo acabaré con todo en un último gesto de honor. Los disparos son cada vez más frecuentes y ya se ven columnas de humo que brotan del otro lado del parque, donde habrán incendiado algún café o la sastrería de Plácido. Un último acto pleno de fe y de sentido, la prueba definitiva que atestigüe que he vivido y he muerto entregado al arte y a la defensa de la patria. Soy el único pintor vanguardista que hay en España, el único que ha sabido expresar la potencia y el brío de la estética futurista, que es la promesa de un arte auténtico. Por mi patria he sido cruel y he sido también generoso. En este salón guardo la oreja que le corté en Larache a un moro que desafió nuestra autoridad y la legítima expansión imperial de España. ¡Cuánto más doloroso va a ser romper uno solo de mis bocetos que arrancar cien mil orejas musulmanas!
Si pudiese iría hasta el museo y haría trizas todas mis pinturas allí expuestas. Pero me temo que será imposible llegar a tiempo. Hace rato que no veo pasar ni un solo camión del ejército. ¡Traidores! ¿Serán también los militares cómplices del populacho que quiere liquidar la civilización? Ya apenas puede verse el cielo claro de octubre. El humo se cuela por las rendijas de la ventana y trae consigo un olor a azufre y a barbarie. En el descansillo se oyen pasos apresurados: Don Federico y su familia han decidido huir en el último momento. ¡Cobardes! Pero ahora al menos hay algo que sé a ciencia cierta: no queda nadie en el edificio. Yo soy su último defensor y no permitiré que caiga en manos de una masa de salvajes. Recuerdo el primer punto del Manifiesto Futurista, que yo mismo traduje al español: “Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad”.
¡La guerra, única higiene del mundo! Pero yo soy ya un hombre viejo y no tengo fuerza para sostener un fusil. ¿Dónde están ahora los que han jurado defender a su patria? ¡Les han puesto en bandeja esta nobilísima ciudad a los sindicatos de piojosos! ¡Un ultraje a la dignidad y a la grandeza! Arderán mis cuadros y con ellos arderá mi casa, arderá el edificio y yo mismo me dejaré quemar en estas llamas. Cuando lleguen los bárbaros no encontrarán más que cenizas. Mi nombre lo recordarán el día de mañana los españoles de buena fe: ¡Alejandro Cavaniles, artista brillante y transgresor, hombre de honor que prefirió pegarse fuego antes que ser derrotado por las hordas mineras! Por aquí debería tener varios encendedores…Sí, empezaré por la biblioteca y luego prenderé las cortinas de mi cuarto…He de amontonar todos mis cuadros, dibujos y bocetos y hacer una fogata con ellos para que ni uno solo sobreviva al incendio.
¡Esta es la obra de arte suprema! ¡El cenit de las vanguardias! ¡Fuego, fuego, fuego!
***
Apenas una semana más tarde, la ciudad es liberada por un contingente de regulares marroquíes. El general al mando de las tropas ordena una represión sangrienta e inmisericorde en los barrios obreros de la región. Un periódico local recoge unas declaraciones suyas: “Nuestra acción está guiada por el espíritu de arrojo y fiereza que impregna los cuadros de Alejandro Cavaniles, el más grande pintor español y mártir de la patria”. El orden reina en Oviedo.
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