Al parecer el mundo ha evolucionado tanto que, el amor ya parece esquivo, sólo unos pocos aprecian el sabor de unas palabras, el olor de un beso y el color de un abrazo.

Recuerdo que, cuando era pequeño las clases en el colegio nos gustaban más sí íbamos en sudadera, porque podíamos hacer cosas que no podíamos con el vestido de gala, un día como esos fue cuando la conocí, una pequeña niña, con ojos negros y profundos, me encantaba verla sonreír, su risa se sentía en el aire y me hacía estremecer, sus labios formaban un conjunto perfecto con su rostro, pálido y con pecas; cada suspiro era como música para mis oídos, !Eran buenos tiempos!.

Aun la sigo viendo, somos viejos ya, pero esos ojos son difíciles de olvidar, mis manos llenas de artritis, mis ojos han perdido claridad y otros problemas más; pero al pensar en ella, llegan a mí, mil recuerdos, pero lo más importante, son sus cabellos llenos de hilos de plata y su quietud, brillante y distante, quisiera regresar el tiempo y empezar de nuevo; cuando veo que sonríe, me hace llorar, sus gestos eran mucho más delicados entonces, pero ahora que los veo, igual me parecen hermosos.

Decido viajar a verla.

El viaje es largo en un autobús, con muchas personas a mi alrededor, todo está muy silencioso, sus ojos a mi lado parecen petrificados, la música se escucha en diversas partes como un pequeño zumbido por todos lados, ¡Nadie habla!, ¡Todos ven!, un vendedor ambulante se sube al bus, pero sólo se escucha un eco en las ventanas, algunos levantan la mirada, pero sólo el vendedor, recoge su mercancía y se bajá sin un centavo y al mismo tiempo todos bajan la mirada para continuar en su posición.

Todo el camino es así; me complace al menos ver las colinas, los árboles y el pasto y uno que otro semoviente en la pradera, cada quien, con su cada cual, era lo que me alimentaba de niño cuando viajábamos al campo, sentir el aire fresco y el sonido del viento pasar por las hojas de los árboles y el agua caer de una cascada en un arroyo, aquellos que viajan conmigo sólo respiran, llenan sus pulmones pero no interiorizan el olor del pasto verde, el color del cielo azul y las nubes blancas como un algodón claro y limpio, ni las imágenes reales, que irrealmente ven.

Una parada para almorzar, todos descienden, pero no se desconectan del pedazo de cristal, la comida pasa como una tarea inconsciente de supervivencia, pero el sabor no tiene el más mínimo significado, el cristal ha tomado su lugar.

Todos ascienden, algunos duermen, con el ruido ensordecedor de la música en sus oídos, yo simplemente miro la escena y pienso en el mundo que creamos y en el futuro que nos espera.

Llegamos al destino y nuevamente descendemos tomó mi maleta y cuando llego a la estación, la veo a ella, atónita y absorta, veo su sonrisa así ella no sonría, yo le sonrió, con una lágrima en mi ojo izquierdo me acerco a ella, beso su frente, acaricio su cabello, la miro una y otra vez, ella con la mirada perdida en su demencia, no me logra reconocer, saludo a su acompañante y tomo su silla de ruedas para impulsarla hacia adelante y empiezo a conversarle, a narrarle mi vida a contarle sobre mi mundo, aunque sé que me escucha, no quiero creer que no me entienda, sigo narrando mi historia seguro que en algún momento podré entrar en su mente y desvanecer ese muro que ha creado, pero cuando ya casi estoy por darme por vencido, cuando le habló del prado, las mariposas, del atardecer, de la luna y las estrellas, una sonrisa se escapa y en sus mejillas nace un resplandor, mis ojos se llenan de alegría y pienso, mirando al horizonte, que gran cantidad de dementes tuve que ver hoy y sólo a uno pude sacar de su mundo de cristal.

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