Fiebre de sábado

Fiebre de sábado

daneri

15/02/2019

En una de esas tantas reuniones oficinescas que ocurren en las navidades en las que todos nos sentimos buenos y nos deseamos lo mejor escuché este cuentito. Tengo mis dudas sobre la veracidad pero tiendo a creerlo:

Siempre es la noche pero no cualquiera. Es en esa en la que se conjugan nadie sabe qué que irrumpe, de manera absolutamente inevitable. Surge como un surtidor violento, como una urgencia, una ineludible necesidad de alimentar algo dentro, con una aberración. Una condena que lanza en la soledad de una calle cualquiera y debe llevarse a cabo sin demasiadas dilaciones. Una usurpación de sí mismo por el mismo. Una monstruosidad contra la que ha pretendido luchar porque lo consume, lo deja exhausto y más vacío que antes. Llenar el desasosiego con lo efímero no es más que una decepción.

Una definición. Un borbotón de furia, una cadena con eslabones de abuso, de crueldad indecible. El terrible poder de la maldad. Lisa y llana. Conocemos muchos otros casos similares… en este, es la madre quien ha pretendido sujetarlo, encerrarlo, disuadirlo, castigarlo, y nada. Al poco de iniciada una indeterminada madrugada en la que todo convoca, escapa o sale, animal, de su guarida, su refugio de humano, y acomete, perverso, salvaje y definitivamente sanguinario.

La víctima, es siempre y necesariamente, la que sabe inocente. A veces duda entre las posibles cuando se ofrece más de una buscando la que en ese sentido parece más convincente, la más ingenua. En ocasiones de suerte extrema, la que puede entrever, límpia.

Así que esta condición exige hasta lo indecible la angustia materna quien, finalmente, desde hace algunos años, parece haber encontrado un método eficaz, hasta ahora al menos. Cuando se evidencian los síntomas que el mismo ayuda a detectar en su culposa cruzada moral, acude al galponcito del fondo donde ella lo acompaña en penitente tránsito hasta un madero que han bien sujeto paralelo a la pared, a un par de metros maso del suelo (tal vez un poco más) en el que apoya sus manos, no demasiado temblorosas, sumisamente, para que ella, maza en mano, las clave de a una, bien firmes, lo más lejos del cuerpo, hasta que pase el suplicio.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS