En las noches suelo atropellar papel blanco con los remanentes de los días calvatruenos que le antecedieron. Desta forma, impregno las hojas con el aroma de mi espíritu, y aligero la mente, de tan primitivas ideas. Ideas que fueron antecedidas por preguntas.
Así como la noche fue antecedida por el día, y, como a la idea, la antecede la pregunta, así lo simple antecedería a lo complejo. ¡Complejo!; ¿Qué más complejo que el mundo?
Bajo este supuesto, imaginemos lo más simple entre lo simple. El punto. Antes de las letras y de los acentos, antes de las comas y los apóstrofes, incluso antes de que el lenguaje hablara, ya era el punto. Antes de la lengua, y de quien la porta, el hombre, ya existía el punto. Antes de las humanas formas, y antes de las formas mismas, antes de todo, ya existía el punto.
Así pues, podríamos dar la hipótesis de que todo empezó, como evolucionando, en la infinidad de un vacío absoluto, donde existió, inherente, un punto primordial, el cual es infinitesimalmente pequeño. Este punto no posee ni centro, ni largo, ni radio, no obstante, en él están condensadas todas las fuerzas geométricas.
Luce a simple vista, como un cuerpo finito, pero si se agudiza el ojo, ó si se ve de cerca, no cambiará su aspecto. No importa cuánto se acerque el ojo al punto, éste siempre se verá igual. Alguien podría recorrer la eternidad dirigiéndose hacia el punto, y éste no cambiará, porque guarda una razón de proporcionalidad con la infinidad. Algunos, incluso, podrían sostener que este punto, existía como forma ideal, y que no necesitaba de algún elemento adicional a sí mismo, para poder definirse. Así pues, el Punto, era algo así como un Demiurgo, que carecía de principio ó de fin, sin otra naturaleza más que la eternidad.
Sin saber cómo ni cuándo, del punto se sucedió otro punto idéntico, punto que empezó a moverse, separándose ligeramente del primero. Esto que llamo movimiento, implica en sí una noción de tiempo, es decir, con la aparición del segundo punto, aparece también el tiempo.
Se suceden así, de estos dos puntos, cuatro, ocho, dieciséis, treintaidós, y los que queramos. Sobre éstos se definieron luego las rectas, las cuales para existir, requirieron una línea infinita sobre la cual yacer. Es así como surge la primera dimensión.
Las rectas después, al curvarse ó incurvarse ó al duplicarse ó cuadruplicarse, según su capricho, conformaron variadas áreas, las cuales para existir necesitaron de una tela infinita, de infinitesimal espesor, sobre la cual posarse. Ésta es la segunda dimensión.
Poco después la tela bidimensional se abultó en alguna sección, y aquél bulto, tomó forma de esfera, la cual para poder existir, generó con el movimiento de su nacencia, el inconmensurable espacio.
En el campo de dicha esfera, con el pasar del tiempo, aparecería, sin motivo aparente, una partícula de Materia, infinitamente densa. En ella ya serpenteaban todos los ramales de la filosofía natural; la luz, el calor, las ondas, la reactividad, el electromagnetismo, la gravedad, y las demás fuerzas ó interacciones. Todas cualidades tridimensionales, las cuales son manifestaciones fenomenológicas del Universo, netamente material, el cual, ya que estamos hablando de evoluciones geométricas, definiremos como una esfera eterna cuyo centro está en todas partes, y cuya circunferencia en ninguna.
Corolario
Para los geómetras, existe una cuarta dimensión matemática, la que seguramente no está compuesta de materia, pues ésta es típicamente tridimensional. Así mismo, desconocemos qué materiales componen la segunda y la primera dimensión. Solo conocemos sus geometrías, pues son inferiores a la nuestra, y por tanto la definen. En pocas palabras somos incapaces de comprender otras dimensiones diferentes de la nuestra. La de los sólidos:
Las manifestaciones de un sólido que cruza un plano, son definidas, en aquél plano, como variaciones de un área, y no podrán ser definidas de otro modo, pues allí no comprenderíase el concepto de volumen ó de capacidad.
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