– ¡No sé por qué razón la gente se empeña en socializarte a la fuerza!
Es una pregunta que me realizo constantemente. Cierto es que las personas están predispuestas a relacionarse con sus semejantes, pero me parece absurdo presionar a la gente a realizar actividades obligatorias fuera del contexto en que normalmente se encuentran.
Silvia es una chica introvertida. Se levanta a las 8 menos cuarto. Trabaja de lunes a viernes desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Faena con sus compañeros en comisiones de trabajo, con sus compañeras de ciclo, con sus colegas en claustro, programa con su paralela…Y cuando llega a casa, aparte de realizar las tareas domésticas compartidas con su marido, acaba la jornada realizando los proyectos propuestos en su lugar de trabajo hasta las 11 de la noche.
Sólo espera que llegue el sábado y el domingo para poder descansar, dedicarlo a su marido y a su vieja perrita necesitada de su cariño. (Pero que quede entre nosotros, muchas veces los utiliza para adelantar labores que tendrá que realizar durante la próxima semana en el curro).
Su vida es monótona, pero ella la acepta tal y como se presenta. Está contenta con lo que tiene. No pide más. Hasta…
Hasta que en el trabajo se les ocurrió que tenían que relacionarse más, conocerse personal y íntimamente. – ¿Personal y íntimamente? – se preguntó ella.
Por qué razón tenía que convivir los dos días de descanso que dedicaba a su familia, a su hobby de visitar «piedras viejas» en pueblos perdidos. Piedras que la llenaban y le transmitían más de otras personas que las que veía en cada jornada, con las que trabajaba codo a codo, con las que aguantaba hora a hora…
No lo entendía.
Pero no podía decirlo. No estaba bien visto no hacer lo mismo que hacían los demás. El monosílabo «NO» era desconocido para los organizadores de tal evento. Para ellos era incomprensible que alguien se negara participar en sus acontecimientos instituidos.
Pasaban los días. El whatsapp no dejaba de sonar: – ¿Quién se apunta? ¿Quién viene? Os lo pasareis bien. No os va defraudar -… Bip, Bip, Bip… era un sonido aterrador para ella. Cada vez que lo oía se asustaba. ¿Qué podía hacer?. Su corazón le decía que NO, que ya compartía demasiado su vida personal con sus colegas, pero su gran responsabilidad la maltrataba diciéndole: – Tienes que quedar bien, tienes que ir… –
Las semanas, los días, las horas, los minutos, los segundos… pasaban y ella iba deprimiéndose más y más. Su pregunta constante era: -¿Por qué? ¿Por qué?… Tenía que decidir entre sus colegas o la persona a la cual ella había escogido, su marido. Una persona cariñosa, amable, que la cuidaba, que la colmaba de atenciones, que la entendía…, con la cual compartía su vida. Él era TODO. Sus colegas eran una parte de esa vida, una parte que viene establecida, una parte la cual ella no había acabado de escoger libremente. Había escogido su profesión, pero no había escogido a sus compañeros. Algunos de ellos sólo estaban de paso fugaz por su vida. Por qué razón tenía que abrirse a ellos, a personas que tal vez no comprendiesen el camino que ella había escogido libremente. Por qué tenía que dejar la puerta de su vida abierta a individuos en los que no confiaba.
En su vida siempre había favorecido a todo el mundo que necesitaba su ayuda: su familia, sus amigos… nunca había tenido un NO para nadie. Pero la vida iba pasando y la negación había punzado algunas veces sus huesos.
Ahora ella quería que pasara algo, algo bueno o algo malo para no tener que utilizarla. Para poder tener una excusa y no verse obligada a asistir a un evento que no era de su agrado. Pero nada. Nada sucedía para poder excusarse.
Su dolor de cabeza ya no era psicológico, se había convertido en algo físico. Se levantaba por la mañana con aquel dolor punzante y acababa su jornada con la cabeza a punto de estallar. Los calmantes no hacían efecto.
Sus consultas al médico de urgencias ya no solucionaban su mal. Ya no respondía a los calmantes intramusculares.
Un día por fin se decidió a visitar a su médico de cabecera. Una buena y empática persona. Empezó describiendo su dolor físico, un dolor que no se curaba con nada. La confianza y buen ambiente con el facultativo llevó a que le explicara su dolor, su lucha interna. Fue entonces cuando entendió que le pasaba. No era una causa física, era una lucha psicológica entre ella y su otro yo. La ayuda del doctor se sirvió para que entendiera que tenía que expresar sus emociones, como se sentía, de manera asertiva. Comunicar a esas personas sus convicciones y sus derechos como persona a escoger como quería vivir su tiempo libre, en definitiva su vida.
En ese momento aprendió que el NO muchas veces es positivo en nuestra vida, siempre y cuando se respete a los demás.
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