Satán González

Satán González

Amanda Smidth

13/02/2019

Don Malote Satán González y Doña Prudencia Ramos viven en la misma escalera. Sólo dos pisos les separan. Prudi, como la llaman los vecinos, tiene los días contados. Aunque todavía es joven y hermosa, hace tiempo que la muerte le manda avisos, misivas amables para que no le pille desprevenida. Los números del calendario se muestran insolentes cada vez que arranca una hoja. Y es por eso que un pensamiento le atormenta día y noche. ¿Va a morirse sin intimar con Malote Satán? Es una tentación que le asalta cada vez más. A pesar de las malas lenguas, que calumnian e insultan a Satán González, lo tachan de diabólico e indisciplinado, ella advierte en sus ojos una verdad distinta. Es respetuoso con los vecinos, todo un caballero. No como el Señor Justo, el del primero, que le lanza miradas cargadas de intención, es la repugnancia vestida de traje y corbata. Por suerte, es fácil evitar su encuentro, sale y entra siempre a la misma hora, ni un minuto más ni uno menos. Un pragmatismo cronometrado.

Prudi nunca tuvo marido, ni novio, ni nada parecido. La educaron envuelta en prejuicios de cristal, en miedos de infiernos y delicias celestiales.

Como un día, al pasar por su casa, el apuesto Malote le dijo que el olor de sus guisos le excitaba la pituitaria, Prudi pensó agradarle con una de sus recetas más suculentas. Allá que sube con el potaje y Malote, atónito:

—Pasa, pasa, ¿quién iba a esperar esta sorpresa? Probar tus exquisitas carnes, Prudi, es todo un placer.

El encuentro es de mucho agrado, se relamen gustosos, saborean hasta la saciedad, unas carnes después de otras. En la mirada de Prudi hay un placer nuevo y vacilante. Se siente disfrazada en el interior de otra mujer y sin embargo más ella que nunca. Satán González ha resultado de lo más tierno y sensual. Es un malote inofensivo, perturbador y complaciente.

—No entiendo por qué la gente te desprecia. Dicen que no encajas, que eres un corruptor de almas.

—Porque soy diferente. No acato normas que me parecen injustas. No sigo sus costumbres remilgadas y no comulgo con premisas establecidas porque sí. Porque hago cosas que ellos temen y ansían fervientemente.

—Y tienes tu propia verdad.

—La verdad, querida, no vale para nada. Ni sé cuál es, ni la conozco. Sé que hay muchas, cada cuál tiene la suya. Y la defiende como sabe, como quiere, o como puede. A veces, es más difícil querer que poder. Yo me apaño, me adapto hasta donde las circunstancias dejan. Soy así, qué le voy a hacer. Pero que no me irriten mucho, soy peligroso cuando se meten conmigo. Además tengo otro defecto, soy groseramente sincero.

—Yo siempre he intentado hacer lo correcto. Es la forma de sentirme más serena conmigo misma.

—Lo correcto, lo correcto…Bobadas. No hay nada más correcto que satisfacerse a uno mismo, vivir es intentar gozar al máximo, ¿para qué las complicaciones? todas las tentaciones están ahí por algo, para satisfacer al osado y para reprimir al sometido, al obediente.

—No me arrepiento de haber subido, al contrario.

—Nunca te arrepientas de nada. Todo lo hacemos por algo y para bien o para mal, hecho está. Pasar página y a otra cosa.

—¿Has conocido a muchas mujeres?

—Menos de las que me hubiera gustado. Ya ves. Pero todavía espero conocer a las que estén por llegar. Te diré también que no te hagas ilusiones conmigo, no soy tipo de atar a la cama. Eso sí, no tienes más que chasquear los dedos y este culo inquieto será tuyo.

Esta sinceridad duele un poquito en el orgullo de Prudi, que tan osadamente ha soltado sus prejuicios e inseguridades para entregarse en una desnudez completa al seductor Satán González. Pero en el fondo está contenta, ya puede morirse tranquila, sabiendo que por un momento ha sido ella, la de verdad. Y a partir de ahora lo seguirá siendo. Poco le importa ahora que Don Malote haya desaparecido sin decir nada (Prudi quiere pensar que se ha esfumado para evitar la borrasca del amor que ella misma ha desatado) y que Doña Angustias, la del tercero, pregone a su paso con voz de rabalera envidiosa y amargada: «Cuando el Diablo se aburre, mata moscas con el rabo».

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