Algunas telarañas en la azotea no se pueden notar con claridad, basta con que alguien decida que es el momento de imaginarlas para que se conviertan en una preocupación…
Doña Tecla, como acostumbro a decirle a la vecina, en verdad me dijo su nombre pero no lo recuerdo, no es por falta de memoria, es porque en definitiva no es alguien con quien me gustaría cruzar más palabras que aquellas que se dan por cortesía… En fin, ella con gran desenfado me contó la mentira más absurda de ser creeíble que una se pueda imaginar, pero como a mi me gusta sofocar a las almas borrascosas, decidí hacerle creer que me preocupaba lo que decía, cuando en verdad más deseos tenía de preguntarle si los remedios que se toma no le producian alucinaciones auditivas, pero en afán de quitar todo el bombardeo de explicaciones, aparenté que daba crédito a sus elucubraciones.
La realidad de todo esto es que Doña Tecla no sabía cómo invitarse a mi casa y se inventó una fantasía sin sentido de que cuando yo no me encontraba de ésta salían extraños sonidos de martillazos y cadenas combinadas con pasos y alguno que otro grito…
A sabiendas de sus verdaderas intenciones le dije que pasara y que la próxima vez que escuchara esos escalofriantes ruidos los grabara con el teléfono para que me los llevara y descifraramos la procedencia de tan escandaloso asunto…
Obviamente está de más señalar que no la volveré a ver pisar mi casa a doña Tecla y sus mañas; vamos a ver que se le ocurre en la próxima para retar a mi paciencia…
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