He decidido tomar un descanso, todo me pesa, me cuesta trabajo andar. Pongo mi cuerpo a buen recaudo en la única silla vacía que encuentro para contrarrestar la gravedad que me acecha como ser terrenal. Echo la cabeza hacia atrás, quedo mirando hacia arriba, y observo a través del piso traslúcido el movimiento de los pasos de las personas que caminan sin parar. Pienso que, vistos desde el lugar en el que me encuentro, parecen insustanciales. Deberían sentir terror al saber que alguien desde el inframundo los observa, sin embargo, pensándolo malévolamente, la ignorancia es parte de su seguridad. Mientras pienso en ello, me llega un olor penetrante a azufre. Si pudiera estiraría mi mano con la finalidad de jalarlos hacia esta oscuridad por sorpresa, ver sus caras de consternación ante lo inesperado que la vida les puede ofrecer. ¿Qué harían?, ¿morirían de terror antes de alcanzar a comprender lo que está pasando y actuar en consecuencia? ¡Bah! ¡Qué sé yo, lo que harían! No me importa. Después de todo, no soy ningún dios, ni Hades, ni nada que se le parezca para andar jodiendo la vida de las personas que se cruzan por mi camino.
Los dejo de observar y simbólicamente les ofrezco una tregua. El olor a azufre ha desaparecido. Siento frío. A pesar de estar rodeada de personas, me invade el sentimiento de soledad, imagino que así se ha de sentir el purgatorio dantesco. A estas alturas de mi vida, ya no sé si estoy subiendo o bajando por ese infierno.
Pienso en la causa que me tiene en este estado. Sí, me enamoré e indefectiblemente lo pienso a él. Se ensanchan mis entrañas al recordar su voz, sus letras, sus brazos, su arte, sus malditos miedos que formaron muros tomando forma en su lenguaje en una perpetua filosofía cimentada en la negación del ser. Ante eso, nada podía yo hacer.
Representaba a Eros y junto a él, deseaba olvidar mi mundo fáctico, recrear mi espíritu libre con su presencia, pero olvidé que, en su forma de Cupido, tiene dos flechas con las que puede apuntar, y así lo hizo, la primera, magnificó mis sentidos, la segunda, me dejó herida, comencé a escupir realismo y emergió como la sangre, mi sentido aristotélico. No me quedó otro remedio que el darme cuenta que repetía, una vez más, el círculo infernal con el que suelo alimentar mi desbordada fantasía, unas veces como Orfeo, otras, como Dante.
Me recuperé un poco y, para mantener la tranquilidad de ánimo, sostuve una postura estoica aceptando mi estado de fracaso y las consecuencias que de ello derivaron, si es que quería mantener la dignidad de mi vida en soledad.
No niego el placer que encontré al repetir el viaje sobre mi querido río Aqueronte, con la confianza puesta en Caronte y en el óbolo que siempre cargo que me ofrece la garantía de no hundirme con la esperanza puesta en la redención a través de la infinita posibilidad que ofrece la alquimia del amor, para transmutar la realidad.
En esta ocasión, construí mis alas con el alma exaltada y el corazón caliente y como Ícaro, me aventé al vuelo irresponsable a pesar de las advertencias que él me hacía. Todavía duele la caída. Sin duda quise volar demasiado alto. No logré sobrepasar el muro ¡Vaya torpeza la mía!
Me hubiera gustado emprender con él, este último viaje con el sentido de repetición que manifiesta el existencialismo de Kierkegaard y llegar a la trascendencia, sin embargo, ahora sé que estoy muy lejos de conseguirla, me hace falta creer en alguien supremo para delegar la responsabilidad de hacer lo que resta, para llenar mi existencia.
La repetición, el eterno retorno hacia sí mismo, a los deseos más profundos.
El tiempo no pasa en balde, mi constante búsqueda me ha dejado agotada. Tanta insistencia por encontrar el sentido de mi vida, turbó mi sustancia.
La gente sigue caminando sobre mi cabeza. El frío permanece, eso es buena señal, me indica que al infierno no he descendido, todavía puedo cambiar.
Después de tanto reflexionar, decido que ya no quiero repetir más, necesito salvaguardar mi subsistencia. No poner mis anhelos en la búsqueda de otro, para compartir en el ser. Estoy extenuada. Opto por darle vacaciones a Caronte por tiempo indefinido, ya no tengo ningún óbolo que me sostenga a flote.
¿Por dónde ir ahora?, ¿qué sentido le daré a mi existencia, hoy, que me siento en plena decadencia? Pienso en Houellebecq. Parece mentira, antaño, sus personajes reaccionarios, que viven el ocaso de su existencia, que ya no esperan nada de la vida, me daban una patada en el culo. Lo reflexiono ¿Será este el camino hacia libertad existencial? , ¿el dejar de girar en torno a cosas inexistentes?
Creo que, la respuesta para poner fin a esta lamentable reincidencia está en cambiar el tipo de filosofía que me rige. El acierto será dejar de vivir en el existencialismo y abrazar con denuedo el nihilismo, que es lo más parecido a esos personajes con los que estoy comenzando a identificarme.
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