Es curioso como a las personas nos gustan los números altos. Me explico, pues dicho así, suena un poco extraño.
Cuando tenemos quince años queremos tener dieciocho, cuando los cumplimos y descubrimos que no es el inicio ni el fin de nada más que de los topicazos que todos nos sabemos, queremos tener veintitrés, veinticuatro, veinticinco… para poder tener la solvencia suficiente para poder vivir sin los ojos de nuestros padres todo el día encima e independizarnos. Espera, ¿he dicho veinticinco? ¡¡¡Treinta!!! Y en algunos casos ni eso.
Nos gusta tener ese amigo o esa amiga que conocemos de toda la vida o simplemente que llevamos muchos años con él o ella y decir que conocemos a esa persona desde hace siete años, quince o treinta. Nos hace sentir muy especiales a pesar de haber relaciones de unos meses más reales que alguna de años.
También nos gusta ser conscientes de que hemos sobrevivido durante años en una relación, y aunque a los quince años, dos años parecen mucho tiempo, a los veinticuatro parece todo un mundo llevarlos con una persona, pero más aún son los que llevan cinco, diez, quince… por no hablar de nuestros padres y abuelos que pasan por las bodas de plata y oro.
Nos gusta decir que llevamos once años con carnet de conducir, seis con el mismo coche, diez bailando, quince estudiando, cuatro en una misma relación y por lo menos tres trabajando, lo cual nos quita un peso de encima pues ya es la experiencia suficiente como para que algunas empresas quieran contratarte por un salario normal y decente, si es que eso aún existe.
¿Lo ves? Nos gusta ser conscientes de que nuestra vida vale para algo, que invertimos el tiempo para algo y sentirnos orgullosos de ello.
Pero, ¿qué pasa después? Que nos viene la nostalgia y pensamos que nos hacemos mayores, que el tiempo pasa demasiado deprisa y que quisiéramos volver a esos años donde la mayor preocupación era aprobar un examen, ganar un juego o ser el primero de la clase. Que los mejores días eran los que llegabas a casa sin deberes y donde los veranos los pasabas de vacaciones con tu familia. Playa, piscina y siestas largas eran los mejores veranos de tu vida y el resto del verano vivías en la calle. Éramos esclavos del telefonillo y no de un teléfono móvil y la hora de volver a casa estaba determinada por la hora a la que tu madre gritaba tu nombre por la ventana porque era la hora de cenar.
Pero piénsalo de esta manera, hoy eres la persona que eres, gracias a todos esos números, todas esas experiencias y todas las personas que han compartido tu vida en algún momento, tanto las que se quedaron, como las que se han ido. Así que no te arrepientas por lo que no ocurrió ni vivas tu vida pendiente de lo que puede o no pasar. Lo que pasó en el pasado se queda. Lo que estás viviendo en este mismo instante, disfrútalo y aprovéchalo. Y lo que está por venir, depende sólo de ti, así que créalo.
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