Mis padres me bautizaron siendo muy pequeño; por lo cual el único contacto directo con la religión, que ellos profesaban, la tuve hacia los cuatro años cuando ingresé a kinder al colegio de La Sagrada Eucaristía. Allí rezábamos todos los días el Padre Nuestro y el Ave María, el domingo asistíamos muy temprano a la Santa Misa en la iglesia de San Joaquín.
Todo lo anterior podría parecer muy bonito si no se diera una contradicción entre el amor cristiano que se pregonaba y los castigos físicos y psicológicos que se imponían. Entre “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” se interponía la famosa frase: “La letra con sangre entra”.
Luego ingresé al Colegio de la Empresa de Teléfonos de Bogotá, estudié cinco años de primaria y allí realizamos la primera comunión, con mis hermanos. El bachillerato lo adelanté en el Colegio Centro Don Bosco, dirigido por sacerdotes salesianos.
Adoctrinado, junto con mis dos hermanos mayores, en la fe: Católica, Apostólica y Romana; fuimos creciendo y creyendo en la única alternativa del monoteísmo, siendo regidos por un Dios espiritual con poder, sabiduría y amor. Por alguna extraña razón no había posibilidad de cuestionarse otras alternativas religiosas y tampoco nos era importante para el diario vivir. Así que como borregos seguimos el camino ya señalado por la Iglesia Católica, confiando en su verdad.
Casi al terminar el bachillerato me fui inclinando por la opción religiosa y quería ser misionero, eso me acercó a un compañero salesiano que ya estaba enfocado hacia el sacerdocio y que se llamaba Gustavo Padilla. También empecé a asistir a la Iglesia Minuto de Dios que para esa época tenía muy presente el tema de las misiones. Gracias a estos contactos fui conociendo que en otras culturas, tanto de nuestro pasado histórico como nación —y de otros países— había varias religiones: la politeísta que creía en innumerables dioses; la dualista que parte de dos divinidades opuestas; los no teístas que no reconocen o aceptan la existencia de dioses absolutos o creadores universales y el panteísmo como creencia que la naturaleza, el universo y Dios son equivalentes. Seguramente los devotos pensaban que sus creencias eran la “verdad absoluta” y que el “Dios” que pregonaban los católicos era falso.
Mientras tanto en Colombia fueron avanzando otras alternativas religiosas, impulsadas especialmente por Estados Unidos, que nosotros llamamos “evangélicos” y que fueron desmontando teorías de la iglesia tradicional y tratando de imponer su ideología religiosa “verdadera”. Mi hermano mayor se vinculó a la Iglesia Cristiana Filadelfia, suceso que rompió un poco la convivencia familiar al tratar de convencernos de la necesidad de “nacer de nuevo” o encontrar el verdadero camino. Mis padres dieron un no rotundo al cambio y no quisieron asistir a su boda.
Esa arremetida “cristiana evangélica”, en vez de unir, ayudó a polarizar las fuerzas y dividir las familias, en una nación, que por su historia ha vivido sometida a la violencia, la pobreza y la exclusión. Lo que era la oportunidad de generar una visión pluralista y respetuosa de las creencias de los demás se convirtió en un ataque a otras formas de crecimiento espiritual como: Judaísmo, Islam, Hinduismo, Budismo… Según estimaciones existen unas cuatro mil doscientas religiones en el mundo actual y una gran cantidad extintas. Entre las deidades actuales y antiguas se calculan una inmensidad que casi es imposible determinar su cantidad, por lo tanto entrar en consideración de que hay solo una y verdadera por cuestiones de fe, es desvirtuar la infinidad de posibilidades que se abren en ese abanico de los credos religiosos.
En Japón la lista de dioses pudo alcanzar unos ocho millones, en Egipto más de ochenta, los romanos al invadir y dominar Grecia modificaron los nombres de sus catorce divinidades, China tiene incontable cantidad. En América del Sur los pobladores andinos creían en una gran variedad de deidades, los Incas por lo menos tenían quince dioses principales y otros “menores”. Faltan los mesías de los Mayas, de Mesopotamia, de las tribus de Estados Unidos…fácilmente podemos pensar que tiende al infinito.
La ignorancia humana se ha dado el lujo de especular con las divinidades y abusar con los creyentes de la fe, lo cual da paso a negar la existencia de dioses y de otros seres espirituales, resultando casi imposible pensar que haya un ser supremo creador del universo.
Entonces, me pregunto: ¿Los dioses también son ateos?
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