De restos y de olvidos

De restos y de olvidos

José Gonzalez

29/01/2019

«Había quedado una sonrisa clara,

como una multitud de perlas tristes (…)»

Paris 1927, (Pablo Neruda)

Doris tiene una tiendita en el Hotel San Agustin de Urubamba, en el Valle Sagrado entre las montañas del Perú. Ahí esta tejedora tradicional se sienta en el vestíbulo del hotel y llama a los clientes cuando pasan con esa vocecita dulzona e interminable que los peruanos usan cuando quieren vender algo, y que es irreductible a los turistas que los ignoran.
En tres metros cuadrados esta tejedora tradicional se queda hasta tarde ofreciendo los tejidos ancestrales apilados en estanterías hasta el techo.
Y quizá fue por lo aburrido del día, por lo cansado de la noche, que se apartó de la letanía de ofertas y habló de sus cuatro hijos, que el mayor trabaja doce horas en una cocina y quiere estudiar en la Universidad, y de su niña que se llama Rosa María y le gusta tejer y ya sabe hacerlo muy bien; de lo caro que es vivir al día, pagando hasta el banquito en el que se sienta.
Debajo de la intensa manta roja y del amplio tocado tradicional lleva ropas oscuras y cotidianas, y al hablar se refriega las manos una y otra vez; y se inclina y se le cierran los ojos cuando pregunta sonriendo «¿De dónde es usted, señorita?».
Dos mujeres que quizá nunca más vuelvan a encontrarse se dicen los nombres de los hijos, sus oficios, los reveses sencillos de los días. Por media hora de casualidades Doris ríe y se esconde tras las manos redondas y morenas cuando le preguntan el nombre de su hija.

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie e interiorQueda solo la piedra, muda y tímida bajo el esplendor de los barrocos cristianos. Puede oírse el murmullo incesante de los guías turísticos que en todas las lenguas del mundo reinventan el perdido esplendor del pasado.

Aquí hubo un muro y una momia dormida bajo cuatro dedos de oro. Desde este altar partía un camino de cuatro vertientes hacia las esquinas del mundo. Vino Pizarro y trajo una cruz de naranjo y esta iglesia se construyó en un día sobre aquel tiempo muerto.

El Curikancha asoma su amplio hueso gris en una esquina del templo; y San Juan Pablo II sonríe desde el altar. Una fila de japoneses inclinados camina hacia los baños y dejan en el aire una nubecita de «Oh, oh..»

Basta venir a Cuzco para encontrar las cicatrices que dejamos los humanos en la tierra, y el lento modo en que se borran.

La imagen puede contener: una o varias personas y personas de pieQueda tan poco del antiguo mundo que apenas las indias dejan hojas de coca sujetas con piedrecitas en los lomos desgastados de la piedra alta.

Al pie de la montaña anocheció temprano, y el pueblito es una romería de luces y turistas agitados que se arrastran cuesta arriba. Entre las callejuelas se abren pasadizos y patios escondidos, donde los perros se echan a dormitar.

En uno de esos patios el rostro del viejo dios se abrió de pronto, como una flor de noche entre las piedras. Wiracocha rescatado de este olvido que se hace cada día mas viejo, extiende su rostro sobre la tierra todavía.

Queda tan poco de aquellos días antiguos.

La imagen puede contener: planta y exterior

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