(Fotografía de la película «Mellancholia»)

«No debí venir» fue lo último que pensé antes de sentir el beso abrasador del fuego del volcán que no quiso perdonar nuestra pequeña intromisión: transformar su espacio en nidito de «enamorados». Enamorados es mucho decir, aunque no es poco puesto que , como dijo Sabina: «No saben a vinagre , los besos sin amor». Y los besos de Aroca eran dulces como mermelada de arándanos o como miel o que se yo, las metáforas no son lo mío o las metonimias o el símil. Jamás pude diferenciarlos. De adolescente quise escribir pero era pésimo, o peor que pésimo. Recibí un par de menciones en algunas revistas literarias en las que no se presentó casi nadie. Es como llegar quinto en una carrera de seis, aunque siempre el sexto está peor. Yo no soy sexto. Me transformé en el número uno. Acompañado de una belleza como Aroca. No debí venir, si vine fue por stress y por caliente. Quise darme un gusto de esos que uno se da de vez en cuando, decir que iba aun viaje de negocios, mientras dirigía el helicóptero a la cabaña en las faldas del volcán, pagarle un mes a Aroca por un fin de semana solos, lejos de los ruidos de abogados, de negocios, de planes de negocios y de traders; lejos de todos los aparatos y gente que causan ruido. Fin de semana de sexo , caminatas, algunas drogas y más sexo. Lejos de las quejas de mi mujer, de la indiferencia de mis hijas, y de la estupidez progresista de mi hijo menor. Es pintor. O mejor dicho, se cree pintor. Pinta unos mamarrachos que le darían vergüenza a un párvulo. Pero no es todo , además hace «intervenciones». La última fue frente a la catedral Nuestra Señora María Auxiliadora donde iba caminando en cuatro patas con una sotana abierta por detrás , mientras un monje le introducía una cruz invertida por el ano a las tres y cuarto de la tarde, a plena luz del día y a plena vista de quien estuviera a esa hora caminando por allí. El acto finalizaba con los sacerdotes sodomizados por la cruz y los monjes defecando en la entrada de la catedral y gritando : ¡Follad a la puta de cristo y dad muerte al patriarcado! . Como era de esperarse, llegó la policía, les pegaron un par de palos y los metieron a la cárcel. Perdí la cuenta de las veces que he tenido que pagar sobornos para sacarlo.

Pero estábamos lejos, muy lejos de eso, aquí donde todo está limpio , sin uso; la vida parece mucho más liviana, sin moral y sin cuentas que pagar . Los pájaros cantan retrucando el vaivén de la hierba y de las ramas de los árboles. Así deben sentirse los inmortales, pensé más de un par de veces mientras respiraba hondo teniendo la mejor vista de todas: el volcán nevado en la gran ventana del dormitorio junto al perfecto culo de Aroca.

El desastre comenzó una semana antes. Imperceptible, como un temblor de luna en el agua que se fue acrecentando a medida que pasaban las horas. Comenzó en la tarde de domingo en nuestro segundo día de fugitivos. Íbamos de la mano, fingiendo ser enamorados que disfrutaban de la naturaleza, en silencio; cuando de pronto sentí que la mano de Aroca no era la mano de Aroca, pero eso no fue todo, sentí que mi mano tampoco era mi mano. Vi a mi brazo como una rama de un árbol viejo y enfermo sosteniendo un gusano pálido , como una larva de mosca. El espanto recorrió mi cuerpo como electricidad y quedé mudo. Aroca se dio cuenta y me dijo algo que no entendí, es decir, sabía que lo que me decía estaba en un idioma que los dos comprendíamos, el idioma que nos enseñaron desde que nacimos, pero mi cerebro no era capaz de entender lo que de su boca salía. Su rostro ya no me pareció bello, sino que una máscara plana con una mirada vacía que esconde una terrible pesadilla. Creo que me desmayé porque desperté en la cabaña con Aroca a mi lado susurrando palabras aún imperceptibles para mí, mientras tomaba un te que me supo a cenizas. Corrí al baño a vomitar, un torrente de bilis negra salía de mis entrañas oscureciendo el fondo del W.C. Lloré a mares pero a mis oídos llegaba un ruido metálico , como el de una bestia maldita y herida, como una máquina del infierno. Decidí que debía ir a la cama y dormir esperando la luz de otro día.

El despertar no trajo alivio alguno. A la lista de mis problemas se agregaron dos. El primero tuvo que ver con mi vista. Todo estaba gris como en una película antigua, esto no me asustó para nada, pero al intentar ponerme de pie me di cuenta que no podía; aunque sentía mis piernas e incluso las podía mover plenamente, sin embargo una fuerza superior me dejaba anclado a mi cama . El volcán gris parecía reírse. Los cantos de los pájaros eran sus carcajadas. La causa de mi imposibilidad fue lo que me aterró: me encontraba enraizado a la cama. Me volví árbol mientras dormía y ya no sabía cuanto tiempo había pasado. Mi mirada estaba fija en el volcán y caí en cuenta que no podía voltear la cabeza cuando intenté mirar al lugar desde donde provenía el grito desgarrador de Aroca, en el momento que comenzó a temblar la tierra, yo sólo podía ver al volcán gris escupir toda su furia. Una inconmensurable alegría se apoderó de mi y comencé a gritar : ¡Devastación!, ¡Devastación! en el idioma del bosque. Vi pasar corriendo a Aroca frente al ventanal hacia abajo donde se encontraba el helicóptero y la vi perderse en medio del fuego gris que venía avanzando frenéticamente hacia mi para aliviarme de esta dulce naúsea.

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