MENTIRAS Y VERDADES

MENTIRAS Y VERDADES

Self

18/01/2019

El sábado, como era mi costumbre, me levanté temprano y salí a correr por las vías del tren. Al llegar al terminal vi a una mujer sentada al costado de la puerta principal, completamente desnuda. La vi en muchas ocasiones, pero nunca tan de cerca como hoy. No dejaba de mirarla.

Las personas que la conocían susurraban, pero nadie se decidía a acercarse a ella para cubrir su cuerpo desnudo. La señora Rosa era la mujer que vendía sándwiches de todo tipo justo al frente, cruzando la calle. Me acerqué a ella para hacer mi pedido de pan con lechón, y le pregunté:

—¿La conoce?

—Se llama Stefani —respondió sin pensarlo— es ingeniera civil y bióloga además tiene muchas maestrías. Enseñaba en varias universidades, daba conferencias… era una mujer muy famosa y muy inteligente. Un día le ocurrió una gran desgracia.

Yo, en medio de mi curiosidad, le pregunté qué le había pasado y ella sin reparos continuó narrando:

—Su único hijo murió en un accidente terrible. Ella no lo pudo superar, entró en una gran depresión, su esposo la dejó y ella se volvió loca.

Me quedé desconcertada, preocupada por ella y preguntándome que sería de sus parientes, papás, hermanos, primos, tíos… En fin: algún familiar que la recogiera y cubriera su desnudez.

Cogí la bolsa con los sándwiches y empecé a caminar rumbo a casa. Al llegar a la esquina giré la cabeza y vi cómo una jovencita muy guapa se acercaba a aquella mujer, la cubría con una colcha y se la llevaba.

Dejé de salir a correr solo los sábados para hacerlo a diario. Todos los días llegaba al terminal y la veía en la misma circunstancia. La señora Rosa seguía alimentando mi morbo por saber qué le había pasado realmente aquella mujer. Cada vez que le preguntaba, me contaba una historia sorprendente. Los comensales nos reuníamos para oír sus historias sobre la desgracia de Stefani.

Un día, después de cuatro meses viendo a Stefani, salí a correr por las vías del tren. Al llegar al terminal, al costado de la puerta, vi sentada a la mujer. En esa ocasión no estaba desnuda. Llevaba una blusa celeste con blondas y una falda holgada que le traspasa las rodillas, sin zapatos, pero bien peinada y muy limpia.

La señora Rosa ya me esperaba con mis sándwiches listos, tomé la bolsa y le pregunté por ella.

—Es la ingeniera, —respondió la señora Rosa sonriendo.

Yo, como todos, esperábamos una de las grandes historias de la señora Rosa, pero fue una señorita la que habló:

—Es mi madre.

Todos quedamos asombrados cuando preguntó la señora Rosa. La que creíamos que lo sabía todo.

—¿Qué le pasó?

—Mamá trabajaba como secretaria en una Universidad. Un día papá salió de casa rumbo al trabajo y no regresó.

—Y qué ocurrió después —pregunté esperando una historia grandiosa.

—Nada. Solo se fue de casa y vive con otra familia. Mamá entró en depresión y perdió la cordura. Al amanecer sale de casa rumbo al terminal. En muchas ocasiones sale desnuda, pero hoy salió con ropa y sin zapatos solo eso.

Es es todo —pensé—. Yo esperaba una historia de dolor profundo y pérdida irreparable. Una de esas historias como las que nos contaba la señora Rosa y la verdad no era así. Me sentí decepcionada por un instante. Entonces supe que mi motivación para salir a correr día tras día eran esas: las historias de la señora Rosa y ver a esa mujer desvalida. Aquellas historias que para mí eran ciertas. En ellas encontré una motivación desesperada para coger una rutina que por años había intentado sin éxito.

No siempre la verdad es tan fantástica. Al menos me siento aliviada porque Stefani no haya sufrido tantas desgracias como las que nos narraba la señora Rosa. Me siento feliz por ella, aunque triste por su condición psicológica.

Hoy salgo a correr, llego al terminal y regreso a casa sin comprar los sándwiches.

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