Los padres de Gary poseían una enorme fortuna y le daban a su hijo todo lo que pedía sin objeciones. Nada era imposible para el pequeño que todo lo que quería ellos se lo daban. Tenia la mejor educación en el más prestigioso colegio privado. Podía jugar en el parque más grande que las cuatro casas vecinas juntas. La piscina era un sueño para sus días de verano. Sus juguetes eran siempre nuevos, cada día su madre le compraba uno mejor, y el que era más viejo lo desechaba a la basura. Gary era sumamente feliz.
Un día el niño miraba televisión en su cuarto, cuando vio tras el enorme ventanal a un chico de su edad revolviendo en los cestos de basura de su acera. Había encontrado una pelota de fútbol entre los juguetes que Gary había tirado. Enseguida el pretencioso chico se molestó y le aviso a la niñera que echara a ese pordiosero de la puerta de su casa. La niñera que poco soportaba sus caprichos no le hizo ningún caso. Cuando los padres llegaron del trabajo, el niño les contó que su niñera no quiso echar al pordiosero que estaba robando su juguete de la basura a pesar que él se lo haya pedido llorando. Los padres que hacían todo por complacer a su querido hijo, regañaron a la chica y la despidieron de inmediato.
Al día siguiente, Gary jugaba con su bicicleta nueva y en el andar vio al niño «pordiosero» de su mansión jugando con otros chicos con la pelota que le había quitado de la basura. Se acercó y les pidió que le devuelvan su juguete, que era suyo. Los chicos se rieron de él, y le dijeron que Matt la había sacado de la basura, que si estaba ahí no era de nadie, tampoco era suya. Él insistió en que le pertenecía, porque estaba en su cesto y ellos no tenían derecho a quitársela. Enseguida empezaron a pelear. Pero Matt que era un niño diferente, le devolvió su pelota y le hizo una pregunta que lo dejó confundido.
—¿Tu tienes amigos?— le preguntó el chico, que sabía la respuesta.
—No, pero no necesito amigos. Lo tengo todo. —Contestó con prepotencia.
—Matt lo miró a los ojos, y con un gesto de pena asintió su cabeza, y le dijo…
—Tu no lo tienes todo, no tener amigos con quien compartir risas y juegos, es estar solo. Tu estás solo.
Sin más que añadir los muchachos se dieron la vuelta y siguieron jugando al fútbol con una tapita que encontraron por ahí.
Gary volvió a su casa muy triste, y al cabo de los días sus padres notaron que no era el mismo niño de antes. Estaba apagado, ya no quería ir de compras con su mamá ni tampoco jugar. Su actitud había cambiado, y hasta pidió por favor que vuelva su niñera.
Al otro día Gary salió en su bicicleta en busca de aquellos chicos, y allí estaban jugando como siempre. Cuando lo vieron se sorprendieron al ver que el niño sacaba de su mochila aquella pelota que les había quitado.
—Lo siento chicos, entiendo que fui grosero. —Y con un gesto amable se las devolvió, y se dio la vuelta para irse.
—¡¡Espera!!, entonces… ¿quieres quedarte a jugar con nosotros? —lo invitó Matt.
Aquel chico rico y solitario, se sentía tan feliz como nunca antes se había sentido, a pesar de tener todo lo que quisiera comprendió que eso es nada comparado con el valor de una amistad y los buenos sentimientos hacia los demás.
Desde entonces Gary siempre se encuentra con los chicos del barrio para jugar.
FIN
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