Quizás sea oportuno aclarar que bajo la estructura del puente Alsina habitan personas invisibles, seres que se ocultan del fervor de la ciudad más grande de Argentina.
Ada Irustre duerme allí cubierta de trapos rotos e inundada de basura, lo que la caracteriza como una mujer de la baja sociedad, o precisamente excluida de ella. Una joven que tristemente se enfrenta a las consecuencias económicas de un país en ruinas.
La muchacha comenzó su rutina con una cálida mañana, aunque eso poco le importa a alguien con el estómago vacío. Solo ansiaba alimentarse, pero las calles ilustraban laberintos llenos de cadáveres vivientes y la comida parecía esconderse de ella.
Caminos trazados de basura, cuerpos hurgando en sus profundidades buscando la suerte de acabar con el sonido del vacío en sus estómagos. Fue allí cuando halló una extraña casita que parecía haber sido el juguete de alguna niña privilegiada. La estructura diminuta, pero con un cariz realista, cautivó su atención y sentándose en las bolsas de basuras tomó la pieza, la observó con atención y se la guardó.
Pasadas unas horas la joven se echó a descansar. Contempló nuevamente aquel elemento, y este emitió el sonido de un timbre, lo que la desconcertó. La puerta diminuta se abrió y despidió un papelillo que tenía impreso un extraño mensaje: “Tu historia cabe en 1000 palabras, ¿Qué harás con ella?”
Es extraño, lo sé. Lo cierto es que Ada no sabe que hemos avanzado en un total de 269 palabras.
Derrida decía que nada hay fuera del texto pero, ¿Cuánto cabe en un texto? “1000 palabras en este caso”, responderán algunos. Me retracto. Entonces, ¿cuánto sentidos caben en un texto?”
La joven saltó del asiento intentando descifrar el mensaje, aunque este era muy claro. Lo que no sabía era como medir 1000 palabras en cifras del tiempo ¿Cuánto tiempo valían mil palabras? “Después de las 1000 palabras, ¿qué hay?”. Esta última pregunta fue emitida por la misma Ada Irustre y dirigida a la extraña casita mensajera. No hubo respuesta inmediata por lo que pensó estar alucinando por la penuria, se levantó y siguió su camino.
La noche llegó y se recostó en las puertas de la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires, allí donde Dios cierra sus ojos cuando llega el ocaso. Antes de dormir miró una vez más el extraño elemento y la puerta se volvió a abrir con el asomo de otro mensaje:
“Luego de las 1000 palabras tu historia volverá a comenzar”.
– ¿Qué es esto? – murmuró nuestra protagonista, con un tono propio de la desesperación.
Dicen que los locos son normales cuando llega la noche en la Ciudad de Buenos Aires. Hay locos de hambre, locos bajo los efectos de narcóticos, locos de tristeza, locos de alegría. Cuerpos suspendidos en la materialidad de sus sueños, arquitectos genuinos de sus representaciones sobre el mundo, exentos de lo preestablecido, de lo común.
Esa noche apareció un extraño hombre, que al parecer solo Ada podía ver. Diría que, hablando en términos estereotipados,era un loco. Con su barba larga y sentado en medio de la avenida, atraía a Ada con la mirada.
– ¿Qué hace usted acá? Lo pueden atropellar – Dijo temblando de frío, o quizás miedo. No hubo respuesta solo una mirada febril, lo que la hizo sentir un tanto perturbada.
El extraño hombre sonrió y ya sobre sus pies, tomó la mano de la muchacha para emprender un corto camino hacía una casa, un tanto similar a aquel adorno que tantas dudas despertó en ella. La casita se había convertido en una gran casona, la misma puerta, los mismos colores y un aspecto antiguo que la hacía parecer del siglo pasado. Todo parecía extraño, pero más extraño aún era el gran animal que se encontraba en la entrada de la vivienda. Un camello gigante la observaba expectante, como si algo le dijera a través de esos ojos llorosos, como si la animalidad de ambos los uniera.
Ada, como todo humano ante situaciones que exceden lo real, gritó -No entiendo nada. Me voy de acá, estoy alucinando- sentía estar por fuera de sí misma. Sin entender por qué, la joven siguió su camino arriba del animal. Lloraba y se golpeaba sin razón, pero no se bajaba de él. Su comportamiento era tan ilógico como aquella situación que se adueñaba de ella.
El camello andaba por las calles de una ciudad que parecía estar desierta y más oscura de lo normal. La muchacha no luchaba más con aquella sensación desesperada. No luchaba más contra el hambre ni contra su pobreza, tampoco lo hacía con su pasado. Solo pensaba en la palabra número 1000, ¿Cuál sería aquella?
– ¿Como tener el control en esta circunstancia? – Murmuró
Aún no lo sé, querida Ada.
La joven se durmió en medio del recorrido y despertó en un desierto. Estaba desnuda y sola. Comenzó a caminar, cuando de repente vio a una fiera que se acercaba acechante, con ojos gigantes y unos dientes que le daban un aspecto un tanto feroz; un león.
Ada comenzó a correr en sentido contrario pero sus piernas eran débiles y cayó desmayada. Volvió a despertar y estaba montada al animal que casi acaba con su vida. Se sentía fuerte. Estaba en la ciudad y parecía no importarle estar desvestida. Sentía que volaba arriba del animal, parecía que allí todo tenía solución.
La extraña casita apareció en medio de la avenida Rivadavia y la fiera paró el recorrido rápidamente. Ella bajó agitada para recogerla, se agacho y la puerta se abrió, esta vez con dos mensajes; “Memento mori: Recuerda que morirás” y otro más, “¿Que harás ahora, Ada Irustre?”.
Inexplicablemente se echó a reír como una niña mirando al cielo celeste que era su único límite. Precisamente era una niña la que la esperaba para dar el último recorrido, con las manos tendidas.
“Después de las 1000 palabras, tu historia volverá a comenzar, ¿Que harás con ella ahora, Ada Irustre?”
«De las tres transformaciones, Friedrich Nietzsche»
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