Querido Víctor:
Cómo voy a saber si realmente me has querido, si desapareciste más rápido que Indiana Jones por Tegucigalpa. Me apreciaste como buen amigo durante ese año entero; tenía una pareja que me maltrataba. Me pegaba, me amenazaba, y tú eso no podías consentirlo. Éramos íntimos amigos que se veían a escondidas. Cuando te lo conté, me ayudaste a salir de ahí. De ese laberinto que me carcomía los dedos de los pies y que no me dejaba correr. Me paralizaba las piernas y las lágrimas. Tras aprender a caminar de nuevo, te besé. Fuiste el primer hombre que, empezando una relación más allá de amistad conmigo, me hizo sentir libre. Me enamoré de todo lo que me hacías crecer. De hecho, tus abrazos unieron sin darte cuenta mi amor propio (el cuál no estaba roto, sino rajado). Lo uniste como un puzzle de mil piezas, de los que tanto te gustan. Me curaste la ansiedad y los cardenales, los cuáles besabas mientras me mirabas a los ojos y me decías lo preciosa que era. Tanto a solas, como en lugares públicos, delante de todo el mundo. Eras un gañán, te encantaba ponerme como un tomate. Te decía que no era tan bonita como decías con cuatro argumentos absurdos más. Era entonces cuando me apretabas las tuercas que tengo en la cabeza, y me hacías la siguiente pregunta: «¿Qué es la belleza?» Nunca supe responderlo. Me seguías mirando sin parpadear, con esa media sonrisa que me volvía loca; esperabas que realmente te contestara. Pero no sé que responder ni siquiera ahora, que tengo muchas más preguntas.
Suelo ser bastante indecisa. Me lo pienso todo dos veces. Sin darme cuenta, era la primera vez que esta norma se rompía; te miraba y veía al hombre que hubiera querido a mi lado toda la vida.
Sin embargo, como en todas las historias y situaciones, el tiempo pasa. Cuando el tiempo pasa, ocurre lo siguiente, estadísticamente comprobado por mi experiencia (soy economista, lo reduzco todo a las matemáticas, no tengo remedio): o la relación se une más, o se desgasta por no saber responder ante los problemas que plantea la vida. Y ahí es donde el dichoso hilo rojo se convirtió en negro. Bueno, en ningún color en concreto, porque desde hace mucho tiempo ya ni lo veo. Tu inseguridad en ti mismo se transformó en desprecios. En ignorar mis preocupaciones y centrarte en tus emociones. En compararme con otras sin darte cuenta. En pasar la línea de tu amistad con alguna chica hablando sexualmente con ellas. Siempre tenías una explicación que yo intentaba digerir, porque no quería ver el fin de nuestra relación.
Platón decía que el alma es como un auriga conducida por dos caballos; uno blanco, espectacular, que representa la parte racional del alma. El otro es negro y menos cuidado, que representa la parte pasional del alma, los deseos irracionales. En este caso, mi Indiana Jones interior decidió asesinar (de nuevo) al blanco; así que… bueno, aunque no tengas la capacidad de darte cuenta, dejé pasar muchas cosas por mantener a flote la relación. ¿Qué es el amor, que nos hace débiles hasta el punto de pisar nuestra autoestima por alguien?
La segunda parte de la historia no te la vas a creer. Te la recuerdo, por que tú ya no te fijabas en mí. Y no lo digo yo; me lo soltaste tú cuando estaba hecha trizas. Mi caballo blanco estaba ya entrenado, y resucitó. Se transformó en un King Kong del mismo color bastante cabreado. Siguiendo un poco la metáfora de Platón, te explico: mi alma se vio entonces tirada por las reclamaciones de mi amor propio, (ignoradas hasta entonces), y te dejé. Te dio tan igual que acabara nuestra relación que toda esa fuerza desapareció. Mi caballo blanco se transformó en un poni de tres patas. Estuve perdida y desolada, sin entender nada. No entendía nada porque no hice nada mal; tú mismo me lo dijiste. Fui la mejor novia que has tenido en la vida.
¿Recuerdas que antes te dije que tenía muchas más preguntas? Espero que ahora lo entiendas. O no; la verdad, no espero nada. Tampoco necesito tener respuestas. ¿Por qué el ser humano se empeña en tener una explicación para todo? Es realmente absurdo aunque esté incrustado en nuestros genes.
Lo único que quería decirte con esta carta es por qué no quiero que me llames más. Aunque nunca te la envíe, mi caballo negro lo necesitaba. Y no está de más hacerle caso de vez en cuando.
Ojalá encuentres la felicidad con tu nueva chica y no le hagas lo mismo que a tu ex y a mí.
Un saludo, Víctor.
Tuya,
Ángela Jiménez Macías.
Pd: Tu mejor amigo se estuvo riendo tanto leyendo las metáforas que se cayó de mi cama. Bésale los cardenales, seguro que lo necesita también.
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