Un paroxismo de felicidad
al ver por la ventanilla
todas esas nubes
en las que alguna vez soñé
que tendría la posibilidad de saltar encima.
Sabiendo que el camino sería largo
no podía esperar a conocer un nuevo mundo
tan inefable que terminaría dejando una parte de mí en el.
Como si estuviera en otro planeta
dentro de mi propio cosmos,
el despertarme del otro lado del mundo
con la creencia de todo lo imposible haciéndose posible,
con el hambre de conocer hasta el último rincón
esperanzada y sedienta de encontrarme al perderme.
Un silencio benevolente creado por aquellos canales
un aire diverso al que he respirado toda la vida
sabores que no quiero dejar que migren de mi paladar
arte que le rogaba una mirada eterna a mis ojos
calles infinitas por las que quería extraviarme
noches pueriles en las que no quería dormir
porque tenía la certeza
de que la realidad que estaba viviendo
superaba cualquier sueño que hubiera tenido.
Un idioma que me esmeré por entender
librerías convencionales en las que podía pasar toda una vida
un cielo con tanto carácter inyectado
en el que mis ojos no podían mas que quedarse ofuscados
y el corazón sentirse tan pleno
que parecia que el mundo se había detenido
solo por mi y para mi.
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